UDI_9_LING_actividades
Actividade de lectura
CUENTO (con moraleja)
En una villa de moros vivían un padre y su hijo, que tenía muchas cualidades pero no era tan rico como para realizar sus proyectos y sueños. Por eso el chico estaba siempre muy preocupado, pues siendo tan emprendedor no tenía medios ni dinero.
En aquella misma villa vivía otro hombre mucho más distinguido y más rico que el primero, que sólo tenía una hija, de carácter muy distinto al del chico, pues cuanto en él había de bueno, lo tenía ella de malo, por lo cual nadie en el mundo querría casarse con aquel diablo de mujer.
[El muchacho, convencido de que no va a recibir herencia de su padre, le pide a este que le permita casarse con la chica. El padre en principio se niega pero el muchacho insiste tanto que acaba por convencerle.
Siguen las conversaciones entre los padres, en las que el padre de la chica advierte al del chico que si se casan el novio corre incluso peligro de muerte.]
Celebrada la boda, llevaron a la novia a casa de su marido y, como eran moros, siguiendo sus costumbres les prepararon la cena, les pusieron la mesa y los dejaron solos hasta la mañana siguiente. Pero los padres y parientes del novio y de la novia estaban con mucho miedo, pues pensaban que al día siguiente encontrarían al joven muerto o muy mal herido.
Al quedarse los novios solos en su casa, se sentaron a la mesa y, antes de que ella pudiese decir nada, miró el novio a una y otra parte y, al ver a un perro, le dijo ya bastante airado:
– ¡Perro, danos agua para las manos!
El perro no lo hizo. El mancebo comenzó a enfadarse y le ordenó con más ira que les trajese agua para las manos. Pero el perro seguía sin obedecerle. Viendo que el perro no lo hacía, el joven se levantó muy enfadado de la mesa y, cogiendo la espada, se lanzó contra el perro, que, al verlo venir así, emprendió una veloz huida, perseguido por el mancebo, saltando ambos por entre la ropa, la mesa y el fuego; tanto lo persiguió que, al fin, el mancebo le dio alcance, lo sujetó y le cortó la cabeza, las patas y las manos, haciéndolo pedazos y ensangrentando toda la casa, la mesa y la ropa.
Después, muy enojado y lleno de sangre, volvió a sentarse a la mesa y miró en derredor. Vio un gato, al que mandó que trajese agua para las manos; como el gato no lo hacía, le gritó:
– ¡Cómo, falso traidor! ¿No has visto lo que he hecho con el perro por no obedecerme? Juro por Dios que, si tardas en hacer lo que mando, tendrás la misma muerte que el perro.
El gato siguió sin moverse, pues tampoco es costumbre suya llevar el agua para las manos. Como no lo hacía, se levantó el mancebo, lo cogió por las patas y lo estrelló contra una pared, haciendo de él más de cien pedazos y demostrando con él mayor ensañamiento que con el perro.
Así, indignado, colérico y haciendo gestos de ira, volvió a la mesa y miró a todas partes. La mujer, al verle hacer todo esto, pensó que se había vuelto loco y no decía nada.
[El joven vuelve a la mesa y repite la operación, aún con más saña, contra el caballo.]
Al ver su mujer que mataba al caballo, aunque no tenía otro, y que decía que haría lo mismo con quien no le obedeciese, pensó que no se trataba de una broma y le entró tantísimo miedo que no sabía si estaba viva o muerta.
Él, así, furioso, ensangrentado y colérico, volvió a la mesa, jurando que, si mil caballos, hombres o mujeres hubiera en su casa que no le hicieran caso, los mataría a todos. Se sentó y miró a un lado y a otro, con la espada llena de sangre en el regazo; cuando hubo mirado muy bien, al no ver a ningún ser vivo sino a su mujer, volvió la mirada hacia ella con mucha ira y le dijo con muchísima furia, mostrándole la espada:
– Levántate y dame agua para las manos.
La mujer, que no esperaba otra cosa sino que la despedazaría, se levantó a toda prisa y le trajo el agua que pedía. Él le dijo:
– ¡Ah! ¡Cuántas gracias doy a Dios porque has hecho lo que te mandé! Pues de lo contrario, y con el disgusto que estos estúpidos me han dado, habría hecho contigo lo mismo que con ellos.
Después le ordenó que le sirviese la comida y ella le obedeció. Cada vez que le mandaba alguna cosa, tan violentamente se lo decía y con tal voz que ella creía que su cabeza rodaría por el suelo.
Así ocurrió entre los dos aquella noche, que nunca hablaba ella sino que se limitaba a obedecer a su marido.
Cuando ya habían dormido un rato, le dijo él:
– Con tanta ira como he tenido esta noche, no he podido dormir bien. Procura que mañana no me despierte nadie y prepárame un buen desayuno.
Cuando aún era muy de mañana, los padres, madres y parientes se acercaron a la puerta y, como no se oía a nadie, pensaron que el novio estaba muerto o gravemente herido. Viendo por entre las puertas a la novia y no al novio, su temor se hizo muy grande.
Ella, al verlos junto a la puerta, se les acercó muy despacio y, llena de temor, comenzó a increparles:
– ¡Locos, insensatos! ¿Qué hacéis ahí? ¿Cómo os atrevéis a llegar a esta puerta? ¿No os da miedo hablar? ¡Callaos! Si no, todos moriremos, ¡vosotros y yo!
Al oírla decir esto, quedaron muy sorprendidos. Cuando supieron lo ocurrido entre ellos aquella noche, sintieron gran estima por el mancebo porque había sabido imponer su autoridad y hacerse con el gobierno de su casa. Desde aquel día en adelante, fue su mujer muy obediente y llevaron muy buena vida.
Pasados unos días, quiso su suegro hacer lo mismo que su yerno, para lo cual mató un gallo; pero su mujer le dijo:
– En verdad, don Fulano, que te decides muy tarde, porque de nada te valdría aunque matases cien caballos: antes tendrías que haberlo hecho, que ahora nos conocemos de sobra.
Don Juan Manuel, El conde Lucanor, Cuento XXXV, “Lo que sucedió a un mancebo que casó con una muchacha muy rebelde”, siglo XIV (hacia 1335). Texto adaptado sobre la versión modernizada de Juan Viñedo, en www.cervantesvirtual.com.
Contesta a estas cuestiones en tu cuaderno:
1. Este fragmento es el relato que Patronio cuenta al Conde Lucanor, y por lo tanto se enmarca en un diálogo entre estos personajes, como el resto de los cuentos de la obra. Define la estructura del fragmento, separando planteamiento, nudo, desenlace y epílogo. Fíjate en la estructura tripartita del nudo.
2. Determina cuál es el tipo de narrador del fragmento.
3. ¿Qué función tienen aquí las intervenciones en estilo o discurso directo?
4. Determina espacio y tiempo de narración en la acción principal. ¿Es importante que ambos sean reducidos? Justifica tu respuesta.
Actividade de lectura
NOVELA PICARESCA (fragmento)
Era temprano cuando encontré a este mi tercer amo, y me llevó tras él por gran parte de la ciudad. Pasábamos por las plazas donde se vendía pan y otras provisiones. Yo pensaba y aun deseaba que allí me quisiera cargar de lo que se vendía, porque era justo la hora en que se suele proveer de lo necesario; mas con rápidos pasos pasaba por estas cosas. “Quizás lo de aquí no le gusta –decía yo– y querrá que lo compremos en otro lugar.”
De esta manera anduvimos hasta que dieron las once. Entonces entró en la catedral, y yo tras él, y muy devotamente le vi oír misa y los otros oficios religiosos, hasta que todo acabó y la gente se fue. Entonces salimos de la iglesia.
A buen paso comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más alegre del mundo en ver que no nos habíamos ocupado en buscar de comer. Bien consideré que debía ser hombre, mi nuevo amo, de los que compran de una vez para toda la semana, y que ya la comida estaría a punto tal y como yo la deseaba y aun la necesitaba.
En ese momento dio el reloj la una, y llegamos a una casa ante la cual mi amo se paró, y yo con él; y dejando caer el cabo de la capa sobre el lado izquierdo, sacó una llave de la manga y abrió su puerta y entramos en casa; ésta tenia la entrada tan oscura y lóbrega que parece que daba miedo a los que en ella entraban, aunque dentro había un patio pequeño y cuartos de tamaño razonable.
Una vez entrados, mi amo se quitó la capa y, preguntando si tenía las manos limpias, la sacudimos y doblamos, y muy limpiamente soplando un poyo que allí estaba, la puso en él. Y hecho esto, se sentó junto a ella, preguntándome con mucho detalle de dónde era y como había venido a aquella ciudad; y yo le respondí más extensamente de lo que hubiera querido, porque me parecía que era más hora de mandar poner la mesa y vaciar la olla en un plato, que de lo que me pedía. Con todo eso, yo le informé de mi persona lo mejor que mentir supe, diciendo mis bienes y callando lo demás, porque me parecía que no era un lugar apropiado para ello.
Esto hecho, estuvo así un poco, y yo en seguida vi mala señal, por ser ya casi las dos y no verle más disposiciones para comer que a un muerto.
Después de esto, reflexionaba en que la puerta estaba cerrada con llave y en que no se oían arriba ni abajo pasos de persona viva por la casa. Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella sillas, ni banco, ni mesa, ni aun un arcón como el del clérigo. En fin, que parecía una casa encantada. Estando así, me dijo:
– Tú, mozo, ¿has comido?
– No, señor –dije yo–, que aún no habían dado las ocho cuando me encontré con vuestra merced.
– Pues, aunque era temprano, yo ya había almorzado, y cuando así como algo, que sepas que paso así hasta la noche. Por eso, arréglatelas como puedas, que después cenaremos. Vuestra merced crea, cuando esto le oí, que estuve a punto de desmayarme, no tanto de hambre como por darme cuenta de mi mala suerte. Allí se me representaron de nuevo mis fatigas, y volví a llorar mis penalidades; allí se me vino a la memoria la reflexión que hacia cuando me pensaba ir del clérigo, diciendo que aunque aquel era desventurado y mísero, quizás encontraría a otro peor: finalmente, allí lloré mi penosa vida pasada y mi cercana muerte venidera. […]
“¡Bendito seáis vos, Señor –quedé yo diciendo–, que dais la enfermedad y ponéis el remedio! ¿Quién encontrará a aquel mi señor que no piense, según va de contento, que ha cenado bien anoche y dormido en buena cama, y aun ahora que es temprano, no piense que ha almorzado bien? ¡Grandes secretos son, Señor, los que vos hacéis y las gentes ignoran! ¿A quién no engañará aquella buena disposición y razonable ropa, y quién pensará que aquel hombre elegante se pasó ayer todo el día sin comer, con aquel mendrugo de pan que su criado Lázaro llevó un día y una noche en el arca de su seno, donde no se le podía pegar mucha limpieza, y hoy, lavándose las manos y cara, a falta de toalla, se limpiaba con el faldón de la camisa? Nadie por cierto lo sospechará. ¡Oh Señor, y cuantos de estos debéis vos tener derramados por el mundo, que padecen por la negra que llaman honra lo que por vos no sufrirían!”
Anónimo, Lazarillo de Tormes, tratado III, 1554. Texto adaptado.
Contesta a estas cuestiones en tu cuaderno:
1. Determina el tipo de narrador del fragmento, y la importancia que esto puede tener para lo que pretende transmitir el autor.
2. En el fragmento hay dos tipos distintos de discurso directo. Localízalos y explica sus diferencias.
3. Estudia el tratamiento del espacio en el fragmento y su función.
4. ¿Hay un narratario en este fragmento? Localízalo. ¿Cuál puede ser la razón de que aparezca en ese momento concreto?
Actividade de lectura
NOVELA DE CABALLERÍAS (fragmento)
Todo esto que don Quijote decía lo escuchaba un escudero de los que el coche acompañaban, que era vizcaíno, el cual, viendo que no quería dejar pasar el coche adelante, sino que decía que en seguida había de dar la vuelta al Toboso, se fue para don Quijote y, cogiéndolo de la lanza, le dijo, en mala lengua castellana y peor vizcaína, de esta manera:
– Anda, caballero que mal andes; por el Dios que me crió, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno.
Le entendió muy bien don Quijote, y con mucho sosiego le respondió:
– Si fueras caballero, como no lo eres, yo ya hubiera castigado tu sandez y atrevimiento, infeliz criatura.
A lo cual replicó el vizcaíno:
– ¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán rápido verás que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dices cosa.
– Ahora lo veredes, dijo Agrajes –respondió don Quijote.
Y arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su rodela, y arremetió al vizcaíno, con determinación de quitarle la vida. El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la mula, que, por ser de las malas de alquiler, no había que fiarse de ella, no pudo hacer otra cosa sino sacar su espada; pero le vino bien que se halló junto al coche, de donde pudo tomar una almohada, que le sirvió de escudo, y luego se
fueron el uno para el otro, como si fueran dos mortales enemigos. La demás gente hubiera querido ponerlos en paz; mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase. La señora del coche, admirada y temerosa de lo que veía, hizo al cochero que se desviase de allí algún poco, y desde lejos se puso a
mirar la rigurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcaíno una gran cuchillada a don Quijote, encima de un hombro, por encima de la rodela, que, de dársela sin defensa, le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel desaforado golpe, dio una gran voz, diciendo:
– ¡Oh señora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura, socorred a este vuestro caballero, que por satisfacer a la vuestra mucha bondad, en este riguroso trance se halla!
El decir esto, y el apretar la espada, y el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al vizcaíno, todo fue en un tiempo, llevando determinación de aventurarlo todo a la de un golpe solo.
El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien entendió por su denuedo su coraje, y determinó de hacer lo mismo que don Quijote; y así, le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la mula a una ni a otra parte; que ya, de puro cansada y no hecha a semejantes niñerías, no podía dar un paso. Venía, pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la espada en alto, con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno le aguardaba asimismo levantada la espada y aforrado con su almohada, y todos los circunstantes estaban temerosos y colgados de lo que había de suceder de aquellos tamaños golpes con que se amenazaban; y la señora del coche y las demás criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos a todas las imágenes y casas de devoción de España, por que Dios librase a su escudero y llas de aquel tan grande peligro en que se hallaban. Pero está el daño de todo esto que en este punto y término deja pendiente el autor de esta historia esta batalla, disculpándose que no halló más escrito de estas hazañas de don Quijote de las que deja referidas. Bien es verdad que el segundo autor de esta obra no quiso creer que tan curiosa historia estuviese entregada a las leyes del olvido, ni que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus archivos o en sus escritorios algunos papeles que de este famoso caballero tratasen; y así, con esta imaginación, no se desesperó de hallar el fin de esta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le halló del modo que se contará en la segunda parte.
MIGUEL DE CERVANTES, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, I, 8, 1605, texto adaptado.
Contesta a estas cuestiones en tu cuaderno:
1. Determina la estructura del fragmento, que es el final del capítulo octavo de la obra.
2. ¿Qué tipo de narrador encontramos aquí? ¿Hay alguna diferencia en las últimas 9 líneas?
3. Leemos esto al final del capítulo octavo, en una Primera parte que consta de 52 capítulos. ¿Qué puede pensar el lector de la continuación de la historia? ¿Con qué finalidad escribe esto Cervantes?
4. Con ayuda de tu profesor o profesora, estudia en qué sentido las intervenciones en estilo directo son caracterizadoras de personaje.
Actividade de lectura
RELATO BREVE
El dómine Cabra
Entramos, primer domingo después de Cuaresma, en poder del hambre viva, porque tal laceria no admite encarecimiento. Él era un clérigo cerbatana, largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que decir para quien sabe el refrán), los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y oscuros que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque se le había comido de unas bubas de resfriado, que aun no fueron de vicio porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por holgazanes y vagabundos se los habían desterrado; el gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de come forzada de la necesidad; los brazos secos, las manos como un manojo de sarmientos cada una. Mirando de medio abajo, parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas. Su andar muy espacioso; si se descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética; la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver la mano del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese; cortábale los cabellos un muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos en caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era.
Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños. Parecía, con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues su aposento, aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado por no gastar las sábanas Al fin, él era archipobre y protomiseria.
FRANCISCO DE QUEVEDO, El Buscón (1626), Madrid, Alianza Editorial, 1969, p. 31-32
Contesta en tu cuaderno a estas preguntas:
1. ¿En qué orden se describe el cuerpo del dómine Cabra? ¿Qué otros detalles se destacan después?
2. Algunas cosas adquieren rasgos humanos y al revés, el dómine a veces se cosifica. Señala dónde.
3. Explica con claridad cómo era la nariz del dómine, descrita con abundancia de juegos conceptistas.
4. Señala dos palabras inventadas por Quevedo e intenta explicar su significado.
5. ¿Es realista esta descripción? Argumenta tu respuesta.
Actividade de lectura
NOVELA DECIMONÓNICA (fragmento)
Alrededor de la catedral se extendía, en estrecha zona, el primitivo recinto de Vetusta. Comprendía lo que se llamaba el barrio de la Encimada y dominaba todo el pueblo que se había ido estirando por el Noreste y el Sudeste. Desde la torre se veía, en algunos patios y jardines de casas viejas y ruinosas, restos de la antigua muralla, convertidos en terrados o paredes medianeras, entre huertos y corrales. La Encimada era el barrio noble y el barrio pobre de Vetusta. Los más linajudos y los más andrajosos vivían allí, cerca unos de otros, aquellos a sus anchas, los otros apiñados1. El buen vetustense era de la Encimada. […]
A pesar de esta injusticia distributiva que don Fermín tenía debajo de sus ojos, sin que le irritara, el buen canónigo amaba el barrio de la catedral, aquel hijo predilecto de la Basílica, sobre todos. La Encimada era su imperio natural, la metrópoli del poder espiritual que ejercía. El humo y los silbidos de la fábrica le hacían dirigir miradas recelosas al Campo del Sol; allí vivían los rebeldes; los trabajadores sucios, negros por el carbón y el hierro amasados con sudor; los que escuchaban con la boca abierta a los energúmenos que les predicaban igualdad, federación, reparto, mil absurdos, y a él no querían oírle cuando les hablaba de premios celestiales, de reparaciones de ultra-tumba. No era que allí no tuviera ninguna influencia, pero la tenía en los menos.
Cierto que cuando allí la creencia pura, la fe católica arraigaba, era con robustas raíces, como con cadenas de hierro. Pero si moría un obrero bueno, creyente, nacían dos, tres, que ya jamás oirían hablar de resignación, de lealtad, de fe y obediencia. El Magistral3 no se hacía ilusiones. El Campo del Sol se les iba. Las mujeres defendían allí las últimas trincheras. Poco tiempo antes del día en que De Pas meditaba así, varias ciudadanas del barrio de obreros habían querido matar a pedradas a un forastero que se titulaba pastor protestante; pero estos excesos, estos paroxismos de la fe moribunda más entristecían que animaban al Magistral. –No, aquel humo no era de incienso, subía a lo alto, pero no iba al cielo; aquellos silbidos de las máquinas le parecían burlescos, silbidos de sátira, silbidos de látigo. Hasta aquellas chimeneas delgadas, largas, como monumentos de una idolatría, parecían parodias de las agujas de las iglesias…
El Magistral volvía el catalejo al Noroeste, allí estaba la Colonia, la Vetusta novísima, tirada a cordel, deslumbrante de colores vivos con reflejos acerados; parecía un pájaro de los bosques de América, o una india brava adornada con plumas y cintas de tonos discordantes. Igualdad geométrica, desigualdad, anarquía cromáticas.
En los tejados todos los colores del iris como en los muros de Ecbátana; galerías de cristales robando a los edificios por todas partes la esbeltez que podía suponérseles; alardes de piedra inoportunos, solidez afectada, lujo vocinglero. La ciudad del sueño de un indiano5 que va mezclada con la ciudad de un usurero o de un mercader de paños o de harinas que se quedan y edifican despiertos.
LEOPOLDO ALAS, “Clarín”(1884), La Regenta, cap. 1, Madrid, Alianza Editorial, 1979, pp. 17-19
Contesta a estas preguntas en tu cuaderno:
1. Determina el tema del fragmento.
2. Define el tipo de narrador que aparece en el texto. ¿Qué relaciones tiene aquí con el personaje de don Fermín de Pas, el Magistral?
3. Analiza el espacio (espacios descritos y espacio en que se sitúa el personaje) y sus valores simbólicos.
4. En algunas frases podemos encontrar elementos que se acercan al estilo indirecto libre. Localízalos y explica en qué se diferencian del estilo indirecto.
Actividade de lectura
LEYENDA
Los dos reyes y los dos laberintos
Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan complejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde.
Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día.
Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso.” Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con Aquel que no muere.
JORGE LUIS BORGES, Leyenda arábiga (Historia de los dos reyes y los dos laberintos, como nota de Burton), El Hogar, 16 de junio de 1939
Contesta en tu cuaderno:
1. Este relato de Borges tiene la apariencia de transcripción de un relato oral. ¿En qué se percibe? ¿Quién es el narrador?
2. ¿Cuál es el tema de este cuento?
3. ¿Qué referencias religiosas aparecen en el texto?
4. ¿Qué te parece lo que hizo el rey de Babilonia? Explica lo que harías tú en su caso y por qué razón.
Actividade de lectura
CUENTO
Hacía un frío de mil demonios. Me había citado a las siete y cuarto en la esquina de Venustiano Carranza y San Juan de Letrán. No soy de esos hombres absurdos que adoran el reloj reverenciándolo como una deidad inalterable. Comprendo que el tiempo es elástico y que cuando le dicen a uno a las siete y cuarto, lo mismo da que sean las siete y media. Tengo un criterio amplio para todas las cosas. Siempre he sido un hombre muy tolerante: un liberal de la buena escuela. Pero hay cosas que no se pueden aguantar por muy liberal que uno sea. Que yo sea puntual a las citas no obliga a los demás sino hasta cierto punto; pero ustedes reconocerán conmigo que ese punto existe. Ya dije que hacía un frío espantoso. Y aquella condenada esquina abierta a todos los vientos. Las siete y media, las ocho menos veinte, las ocho menos diez. Las ocho. Es natural que ustedes se pregunten que por qué no lo dejé plantado. La cosa es muy sencilla: yo soy un hombre respetuoso de mi palabra, un poco chapado a la antigua, si ustedes quieren, pero cuando digo una cosa, la cumplo. Héctor me había citado a las siete y cuarto y no me cabe en la cabeza el faltar a una cita. Las ocho y cuarto, las ocho y veinte, las ocho y veinticinco, las ocho y media, y Héctor sin venir. Yo estaba positivamente helado: me dolían los pies, me dolían las manos, me dolía el pecho, me dolía el pelo.
La verdad es que si hubiese llevado mi abrigo café, lo más probable es que no hubiera sucedido nada. Pero ésas son cosas del destino y les aseguro que a las tres de la tarde, hora en que salí de casa, nadie podía suponer que se levantara aquel viento. Las nueve menos veinticinco, las nueve menos veinte, las nueve menos cuarto. Transido, amoratado… Llegó a las nueve menos diez: tranquilo, sonriente y satisfecho. Con su grueso abrigo gris y sus guantes forrados:
– ¡Hola, mano!
Así, sin más. No lo pude remediar: lo empujé bajo el tren que pasaba.
MAX AUB (1957), Crímenes ejemplares, Madrid, Calambur, 1996, pp. 44-45
En tu cuaderno:
1. Localiza y busca en el diccionario todas las palabras cuyo significado no conozcas.
2. Explica de qué tipo es el narrador de este texto.
3. ¿A quién se está dirigiendo? Anota algún ejemplo.
4. Anota las referencias temporales que aparecen y trata de explicar de qué manera el transcurso del tiempo juega un papel fundamental en el cuento.
5. Busca en una enciclopedia virtual algunos datos biográficos del autor.
6. Escribe un final diferente para este cuento.
Actividade de lectura
CUENTO
El eclipse
Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera6 una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
– Si me matáis –les dijo– puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa
ayuda de Aristóteles.
AUGUSTO MONTERROSO (1959), El eclipse y otros cuentos, Madrid, Alianza Editorial, 1995, pp. 5-6
En tu cuaderno:
1. Determina la estructura del fragmento.
2. Localiza e indica la importancia de las dos elipsis que se producen.
3. El punto de vista del narrador en el último párrafo, ¿es el mismo que en el resto del cuento? Justifica tu respuesta.
4. A modo de conclusión, explica de qué forma el uso de saltos temporales y los cambios de punto de vista del narrador son útiles para construir un cuento de desenlace sorprendente.
Actividade de lectura
NARRATIVA HISPANOAMERICANA (fragmento)
De nuevo se volvió sociable, casi tanto como de chiquito. Los domingos aparecía en la misa de doce (a veces lo veíamos comulgar) y a la salida se acercaba a las muchachas del barrio ¿cómo están?, qué hay Teresita, ¿íbamos al Parque?, que nos sentáramos en esa banca que había sombrita. En las tardes, al oscurecer, bajaba a la Pista de Patinaje y se caía y se levantaba, chistoso y conversador, ven ven Teresita, él le iba a enseñar, ¿y si se caía?, no qué va, él le daría la mano, ven ven, una vueltecita no más, y ella bueno, coloradita y coqueta, una sola pero despacito, rubiecita, potoncita y con sus dientes de ratón, vamos pues.
Le dio también por frecuentar el «Regatas», papá, que se hiciera socio, todos sus amigos iban y su viejo okey, compraré una acción, ¿iba a ser boga, muchacho?, sí y el Bowling de la Diagonal. Hasta se daba sus vueltas los domingos en la tarde por el Parque Salazar, y se lo veía siempre risueño, Teresita ¿sabía en qué se parecía un elefante a Jesús?, servicial, ten mis anteojos, Teresita, hay mucho sol, hablador, ¿qué novedades, Teresita, por tu casa todos bien? y convidador ¿un hot-dog, Teresita, un sandwichito, un milkshake?
Ya está, decía Fina, le llegó su hora, se enamoró. Y Chabuca qué templado estaba, la miraba a Teresita y se le caía la baba, y ellos en las noches, alrededor de la mesa de billar, mientras lo esperábamos ¿le caerá?, Choto ¿se atreverá?, y Chingolo ¿Tere sabrá? Pero nadie se lo preguntaba de frente y él no se daba por enterado con las indirectas, ¿viste a Teresita?, sí, ¿fueron al cine?, a la de Ava Gardner, a la matiné, ¿y qué tal? buena, bestial, que fuéramos, no se la pierdan. Se quitaba el saco, se arremangaba la camisa, cogía el taco, pedía cerveza para los cinco, jugaban y una noche, luego de una carambola real, a media voz, sin mirarnos: ya está, lo iban a curar.
MARIO VARGAS LLOSA (1967), Los cachorros, cap. 4, Madrid, Alianza Editorial, 1970, pp. 70-71
En tu cuaderno:
1. Define el tema del fragmento.
2. En el fragmento se suceden, sin distinción tipográfica, la voz del narrador, frases en indirecto libre e intervenciones en estilo directo. Localiza al menos un ejemplo de cada uno de estos discursos.
3. Localiza al menos tres casos en que aparezca un español (americano) coloquial, informal, hablado. ¿Qué se ganaría y qué se perdería si el autor hubiera utilizado un español neutro y culto?
4. Intenta determinar cuál es el tiempo interno y el tiempo externo. ¿Hay alguna parte en que se concrete el tiempo, como en una escena?