3.10 Los girasoles ciegos

Acostaron al niño y guardaron silencio en el comedor envuelto en la penumbra. El silencio formaba parte de la conversación porque ambos ocultaban sus lamentos. Aunque la ventana del comedor que daba también al patio de las cocinas estaba cubierta por una espesa cortina de terciopelo azul, vestigio de otros tiempos en que, antes de vender todo lo vendible, hubo un aparador con cabezas de guerreros medievales tallados en sus puertas, una alacena con platos de porcelana inglesa y un extraño pez de cristal de Murano con la boca abierta, el matrimonio permanecía en la habitación iluminada únicamente por la luz que llegaba del pasillo, para que nadie advirtiera que había dos adultos viviendo en esa casa.

Mientras la claridad del día prevaleciera sobre la luz del interior, Ricardo Mazo podía moverse con cierta soltura por el piso, evitando siempre acercarse a las ventanas y a los balcones. Las habitaciones del fondo daban a la calle Ayala y enfrente había un cine, el Argel, que estaba siempre vacío por las mañanas. Era ése el momento que aprovechaba Ricardo para, con las precauciones necesarias, ver la calle, la gente que vivía transitando una ciudad llena de espacios, de conversaciones, de saludos, de prisas y de parsimonias que él reconocía como suyas. Pero cuando oscurecía, Ricardo nunca entraba en una habitación iluminada, esperaba a que apagaran la luz del pasillo para ir al baño y caminaba con sigilo que, en ocasiones, conseguía asustar a su mujer y a su hijo. Todo estaba preparado para que él no ocupara lugar en el espacio iluminado.

–Tengo que escaparme de aquí, intentar pasar a Francia.

Elena buscó las manos de su marido sobre la mesa. No hacía falta repetir que aún no era posible, que había que esperar que se fueran apagando los rigores de la venganza, que el gobierno de Vichy estaba deportando refugiados españoles a mansalva y que, de huir, lo harían todos juntos, ellos dos y el niño. Nunca más volvería a separarse lo que quedaba de familia. Su hija mayor, Elena, había escapado con un poeta adolescente al terminar la guerra y nunca volvieron a tener noticias de ella. Ni siquiera se atrevían a preguntar si vivía.

Preñada de ocho meses, su hija huyó de Madrid a los pocos meses de terminar la guerra siguiendo a un aprendiz de poeta que se transfiguraba recitando a Garcilaso. […]

Pérez Férnadez de Moratín, Leandro, El sí de las niñas, Alfaguara, Madrid, 2006

Actividade proposta

Actividades propuestas

S32.  Cuente con sus propias palabras y brevemente lo que se narra en el texto (Los girasoles ciegos).

S33.  Identifique en él los elementos fundamentales del relato literario.

Narrador

Personajes

Acción

Espacio

Tiempo

 

 

 

 

 

 

 

 

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