Y soy yo quien ahora te tiene, madre mía, a su merced, turbada. Diminutos tus huesos y tu piel de ciruela que, si hablo, se rompe. Enjabono tu vientre y mis dedos resbalan por tus mustios pezones y tus nalgas.
Madre mía, mi niña, cúmplase esta rara inversión, y tengamos tus cicatrices yo, tu corazón mis años.
(JUANA CASTRO, Del color de los ríos)
Cáliz
Y ahora soy tan igual a ti, madre, que no me reconozco en el cristal de este retrato tuyo tan presente. Si supieras que todo lo que de ti he odiado y maldecía ahora en mí lo descubro tan exacto y reciente como el cerco de una piedra en el agua, repetida. Vengo a verte de nuevo. Tócame, pon mis dedos aquí sobre tus llagas, y ábreme esta rosa de espinas del costado. Soy tan tuya que el mar tu voz copia en mi voz para su canto. Y me despierto, y en la hora vivo tu misma inmensa sed, esa que siempre en tus huesos vacíos irremediable ardiera. Yo no soy tu fantasma, quiero crearte ahora en el filo de quien te dio mi ser, resucitada. De muerta a muerta, dime: ¿Quién amamanta a quién, serpiente mía?