1.24 Otros textos de la literatura hispanoamericana del siglo XX para continuar leyendo

Cultivo una rosa blanca

en julio como en enero,

para el amigo sincero

que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca

el corazón con que vivo,

cardo ni oruga cultivo:

cultivo una rosa blanca.

José Martí, Versos sencillos (1891)

 

 

TE QUIERO

Tus manos son mi caricia

mis acordes cotidianos

te quiero porque tus manos

trabajan por la justicia

si te quiero es porque sos

mi amor mi cómplice y todo

y en la calle codo a codo

somos mucho más que dos

tus ojos son mi conjuro

contra la mala jornada

te quiero por tu mirada

que mira y siembra futuro

tu boca que es tuya y mía

tu boca no se equivoca

te quiero porque tu boca

sabe gritar rebeldía

si te quiero es porque sos

mi amor mi cómplice y todo



y en la calle codo a codo

somos mucho más que dos

y por tu rostro sincero

y tu paso vagabundo

y tu llanto por el mundo

porque sos pueblo te quiero

y porque amor no es aureola

ni cándida moraleja

y porque somos pareja

que sabe que no está sola

te quiero en mi paraíso

es decir que en mi país

la gente viva feliz

aunque no tenga permiso

si te quiero es porque sos

mi amor mi cómplice y todo

y en la calle codo a codo

somos mucho más que dos.

Mario Benedetti. Te quiero (1956)

 

ESCRITURA

Cuando sobre el papel la pluma escribe,

a cualquier hora solitaria,

¿quién la guía?

¿A quién escribe el que escribe por mí,

orilla hecha de labios y de sueño,

quieta colina, golfo,

hombro para olvidar al mundo para siempre?

Alguien escribe en mí, mueve mi mano,

escoge una palabra, se detiene,

duda entre el mar azul y el monte verde.



Con un ardor helado

contempla lo que escribo.

Todo lo quema, fuego justiciero.

Pero este juez también es víctima

y al condenarme, se condena:

no escribe a nadie, a nadie llama,

a sí mismo se escribe, en sí se olvida,

y se rescata, y vuelve a ser yo mismo.

Pablo Neruda, Canto general (1950)

 

 

Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos. Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso. Todo eso oyes. Pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen […]. "Y lo peor de todo es cuando oyes platicar a la gente, como si las voces salieran de alguna hendidura y, sin embargo, tan claras que las reconoces. Ni más ni menos, ahora que venía, encontré un velorio. Me detuve a rezar un padrenuestro. En esto estaba, cuando una mujer se apartó de las demás y vino a decirme:

"— ¡Damiana! ¡Ruega a Dios por mí, Damiana!

"— Soltó el rebozo y reconocí la cara de mi hermana Sixtina.

"— ¿Qué andas haciendo aquí? — le pregunté.

"Entonces ella corrió a esconderse entre las demás mujeres.

"Mi hermana Sixtina, por si no lo sabes, murió cuando yo tenía 12 años".

Juan Rulfo, fragmento de Pedro Páramo (1955)



INSTRUCCIONES PARA LLORAR

Instrucciones para llorar. Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.

Julio Cortázar, Historias de cronopios y de famas (1962)



Podría ir y decirle dame veinte soles y ya veo, se le llenarían los ojos de lágrimas y me daría cuarenta o cincuenta, pero sería lo mismo que decirle te perdono lo que le hiciste a mi mamá y puedes dedicarte al puterío con tal que me des buenas propinas.” Bajo la bufanda de lana que le regaló su madre hace meses, los labios de Alberto se mueven sin ruido.

Mario Vargas Llosa, fragmento de La ciudad y los perros (1962)

 

Obra colocada bajo licencia Creative Commons Attribution Non-commercial Share Alike 3.0 License