3.4 Memorias
Actividad de lectura
Extendió su cuerpo junto al mío y comenzó a hablarme de los días de su niñez. Sus frases enérgicas y sustanciosas fueron fluyendo de sus labios con una admirable naturalidad.
Noté cómo se inflamaban sus ojillos verdes. La barba rojiza se agitó placentera, y su penetrante voz se fue tornando grave a medida que me iba diciendo el siguiente discurso:
-Tú llegaste en barco hasta Nijni. Pero en mi juventud yo remolcaba barcas por el río, contando tan sólo con mis fuerzas, contra la corriente del Volga. La barca iba remontando el curso del agua y yo estaba en la orilla con los pies desnudos, sobre las piedras. Y así desde la salida del sol hasta bien entrada la noche… El sol quemaba el cuello y la cabeza llegaba a arder como el plomo derretido. Encorvado hasta que los huesos parecían romperse, había que andar y andar, sin ver ni siquiera por dónde a causa del sudor que cegaba la vista. El alma se anegaba de tristeza y el final era siempre el mismo. Se acababa por llorar. ¡No puedes hacerte una idea, Aleksei"! Era como una tortura sin fin…
Tres veces he remontado el curso del Volga y otras tantas lo he recorrido hacia abajo por sus orillas.
Gorki, Máximo, Días de infancia, Barcelona, 1976
Actividad propuesta
S25 Lea el texto (Días de infancia) y responda a las cuestiones:
- ¿De qué nos habla el texto?
- ¿Es el narrador alguno de los personajes de la historia?
- ¿Por qué este texto es de tipo narrativo? (ayúdese de la teoría expuesta para responder).
- ¿A qué tipo de obra narrativa pertenece este texto?
- ¿A qué parte de la estructura narrativa cree que pertenece este texto? ¿Por qué?
- Lea ahora el capítulo de Historia de dos ciudades, de Carlos Dickens.
Actividad de lectura
Un capítulo de Historia de dos ciudades
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Cuando la diligencia hubo llegado felizmente a Dover, a media mañana, el mayordomo del Hotel del Rey Jorge abrió la portezuela del coche, como tenía por costumbre. Lo hizo con la mayor ceremonia, porque un viaje en diligencia desde Londres, en invierno, era una hazaña digna de loa para el que la emprendiera. Pero en aquellos momentos no había más que un solo viajero a quien felicitar, porque los dos restantes se habían apeado en sus respectivos destinos. El interior de la diligencia, con su paja húmeda y sucia, su olor desagradable y su obscuridad, parecía más bien una perrera de gran tamaño. Y el señor Lorry, el pasajero, sacudiéndose la paja que llenaba su traje, su sombrero y sus botas llenas de barro, parecía más bien un perro de gran tamaño. — ¿Habrá mañana barco para Calais, mayordomo? — Sí, señor, si continúa el buen tiempo y no arrecia el viento. La marea sube a las dos de la tarde. ¿Quiere cama el señor? — No pienso acostarme hasta la noche, pero deseo una habitación y un barbero. |
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— ¿Y el almuerzo a continuación, señor? Perfectamente. Por aquí, señor. ¡La Concordia para este caballero! ¡El equipaje de este caballero y agua caliente a la Concordia! ¡Que vayan a quitar las botas del caballero a la Concordia! Allí encontrará el señor un buen fuego. ¡Que vaya en seguida un barbero a la Concordia! El dormitorio llamado “La Concordia” se destinaba habitualmente al viajero de la diligencia y ofrecía la particularidad de que, al entrar, siempre parecía el mismo personaje, pues todos iban envueltos de pies a cabeza de igual manera; en cambio, a la salida era incontable la variedad de los personajes que se veían. Por consiguiente otro criado, dos mozos, varias muchachas y la dueña se habían estacionado al paso, del viajero, entre la Concordia y el café, cuando apareció un caballero de unos sesenta años, vestido con un traje pardo en excelente uso y luciendo unos puños cuadrados, muy grandes y enormes carteras sobre los bolsillos, y que se dirigía a almorzar. Aquella mañana el café no tenía otro ocupante que el caballero vestido de color pardo. Se le puso la mesa junto al fuego; al sentarse quedó iluminado por el resplandor de las llamas y se quedó tan inmóvil como si quisiera que le hiciesen un retrato. Se quedó mirando tranquilamente a su alrededor, en tanto que resonaba en su bolsillo un enorme reloj. Tenía las piernas bien formadas y parecía envanecerse de ello, porque las medias se ajustaban perfectamente a ellas y eran de excelente punto. En cuanto a los zapatos y a las hebillas, aunque de forma corriente, eran de buena calidad. Ajustada a la cabeza llevaba una peluca rizada, que, más que de pelo, parecía de seda o de cristal hilado. Su camisa, aunque no tan buena como las medias, era tan blanca como la cresta de las olas que rompían en la cercana playa. El rostro, habitualmente tranquilo, y apacible, se animaba con un par de brillantes ojos, que sin duda dieron mucho que hacer a su propietario en años juveniles para contenerlos y darles la expresión serena y tranquila propia de los que pertenecían a la Banca Tellson. Tenía sano color en las mejillas, y su rostro, aunque reservado, expresaba cierta ansiedad. Y como los que se sientan ante el pintor para que les haga el retrato, el señor Lorry acabó por dormirse. Le despertó la llegada del almuerzo y dijo al criado que le servía: —Deseo que preparen habitación para una señorita que llegará hoy. Preguntará por el señor Jarvis Lorry, o, tal vez, solamente por un caballero del Banco Tellson. Cuando llegue, haced el favor de avisarme. —Perfectamente, señor. ¿Del Banco Tellson, de Londres, señor? —Sí. —Muy bien, señor. Tenemos el honor de alojar a los caballeros del Banco Tellson en sus viajes de ida y vuelta de Londres a París. Se viaja mucho, en el Banco Tellson, señor. —Sí. Somos una casa francesa y también inglesa. —Es verdad. Pero vos, señor, no viajáis mucho. —En estos últimos años, no. Han pasado ya quince años desde que estuve en Francia por última vez. — ¿De veras? Entonces no estaba yo aquí todavía. El Hotel estaba en otras manos entonces. — Así lo creo. —En cambio, me atrevería a apostar que una casa como el Banco Tellson ha venido prosperando, no ya desde hace quince años sino, tal vez, desde hace cincuenta. —Podríais decir ciento cincuenta sin alejaros de la verdad. — ¿De veras? Y abriendo a la vez la boca y los ojos, al retirarse de la mesa, el criado se quedó contemplando al huésped mientras comía y bebía. |
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Dickens, Carlos, Historia de dos ciudades (1859), http://es.wikisource.org/wiki/Historia_de_dos_ciudades |
S26. Después de leer este capítulo de Historia de dos ciudades, responda:
- ¿Qué personajes aparecen en este relato?
- ¿Es el narrador alguno de los personajes del relato?
- ¿Dónde tiene lugar este episodio?
Este relato tiene 44 capítulos. ¿Qué tipo de narración es? Razone su respuesta.
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