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Nature writing

Nature writing

Definición de Nature Writing

Orígenes del género

El género "Nature Writing" (en castellano: Escritura de la naturaleza / Escritura de lo natural), que aborda sus textos desde una perspectiva conservacionista, tiene sus orígenes enlas obras de historia natural populares en la segunda mitad del siglo XVIII y durante el siglo XIX. Gilbert White, conocido como el primer ecologista de Inglaterra, es una figura emblemática de este género, destacando por su obra "The Natural History and Antiquities of Selborne" de 1789. Además de White, otros pioneros como William Bartram en América y William Turner en Inglaterra, contribuyeron significativamente al desarrollo y popularidad del "Nature Writing". Estas obras no solo se basan en hechos científicos sobre el mundo natural, sino que también incorporan observaciones personales y reflexiones filosóficas sobre la naturaleza y el entorno.

Características

Trasfondo conservacionista

Generalmente, en sus obras hay un enfoque conservacionista y ecologista, por lo que suele ir enfocada a destacar la importancia de la preservación natural.

Mucha diversidad temática

Abarca desde hechos de historia natural hasta interpretaciones filosóficas sobre la naturaleza, incluyendo ensayos de historia natural, poesía, ensayos de soledad o huida, y escritos sobre viajes y aventuras.

Base científica y reflexión personal

Se apoya en información científica e histórica sobre el mundo natural, pero casi siempre incorpora observaciones personales y reflexiones filosóficas​ sobre los temas tratados.

Lee y reflexiona

Texto 1. Cuando los inviernos eran inviernos, de Bernd Brunner

En este libro, Bern Brunner analiza la historia de las relaciones que distintas civilizaciones han tenido con el invierno a lo largo de los siglos. Lo hace desde distintas perspectivas: la histórica, la biológica, la antropológica... intentando captar la esencia de una estación que "es posible amar pese a sus rigores".

Lee el texto y responde a las preguntas a continuación:

Por sombrío e inhóspito que a menudo lo pinten, lo cierto es que el invierno puede asociarse a experiencias muy intensas: el aire helado en la cara que se clava como agujas; los breves instantes en que, al manipular la nieve sin guantes ni protección, apenas hay diferencias nítidas entre las sensaciones de frío y de calor; la sensación de profundo agotamiento tras una caminata con esquís, cuando sólo una prenda de ropa ligera separa el frío del cuerpo sudado; esos momentos en los que la respiración aflora en forma de vaho, y uno exhala banderas blancas en el aire y siente de pronto que le duelen los oídos; subir una montaña con esquís forrados de piel, lejos de las carreteras y pistas acondicionadas (con tan sólo la parte delantera de los pies enfundada en las correas), y, tras fijar la bota en la talonera, lanzarse a través de la alta nieve; caminar con botas de nieve a través de un paraje cenagoso en el que normalmente, en verano, nos hundiríamos.

Existe algo así como el mundo perfecto del invierno. Un paisaje totalmente nevado a la luz del sol. Casas de madera y pintorescos campanarios. Un trineo tirado por caballos y, con un poco de suerte, la posibilidad de escuchar el tenue goteo de la nieve. Todo parece ordenado y limpio. El manto blanco y liso moldeado por el viento se posa sobre todo lo que normalmente se halla en movimiento. El tiempo parece detenerse. Un árbol caído, con su tupido abrigo de nieve, se transforma en una escultura de dramático aspecto. Uno rehúye la sombra, se siente atraído por el sol que calienta. Frescor puro de invierno. La nieve cruje bajo las suelas, pero, por lo demás, en ese universo nevado reina el silencio, la nieve atenúa los ruidos, como si alguien filtrara los fenómenos acústicos inherentes a la civilización.

El invierno mitiga los sentidos, lo sintetiza todo en un paisaje monótono. La propia superficie de un copo de nieve carece de homogeneidad y absorbe los sonidos. Dentro de la capa de nieve hay infinidad de espacios vacíos en los que el sonido desemboca casi en un «punto muerto» debido a la reflexión acústica continua. Este efecto puede compararse con el de las cortinas de terciopelo en una sala de conciertos o con el del revestimiento de corcho en un estudio de grabación, los cuales mitigan el sonido en los espacios vacíos y lo absorben. Mientras nieva, todo se vuelve más silencioso; con la nevada, la atmósfera se condensa y forma algo parecido a una cortina que impide que las ondas sonoras puedan penetrarla. De ese modo, los ruidos del entorno se atenúan también. El alpinista Georges Rivail escribió acerca del silencio absoluto de la nieve, diciendo que este «reinará cuando toda vida se haya extinguido, o, mejor dicho», será «como ya fue, antes de que toda vida empezara».

Bernd Brunner, Cuando los inviernos eran inviernos

Preguntas y actividades sobre el texto:

  •  Al final del texto, el alpinista Rivail habla sobre el silencio absoluto de la nieve. ¿Qué crees que quiere expresar con su reflexión?
  • En el primer párrafo del texto, Brunner enumera una serie de "experiencias intensas" asociadas al invierno. ¿Qué experiencias asociarías tú?
  • También dice Brunner que "Existe algo así como el mundo perfecto del invierno". ¿Cuál sería ese mundo para ti? ¿Y el mundo perfecto de otras estaciones? Escribe un breve texto en el que dés cuenta de ello.

Texto 2. Diarios del agua, de Roger Deakin

En 1996,  Roger Deakin decidió lanzarse a recorrer las islas británicas a nado. El diario de sus aventuras, llamado Diarios del agua, es ya todo un clásico.

Fue en el verano de 1996 cuando empezó a tomar forma la idea de recorrer Gran Bretaña en un largo viaje a nado. Quería seguir el sinuoso itinerario que realizaba la lluvia por nuestra tierra hasta reunirse con el mar, para evadirme de la frustración de haber pasado toda mi vida haciendo largos, volviendo infinitamente sobre mis brazadas como un tigre en su jaula. Empecé a soñar con pozas secretas, con hacer un viaje de descubrimiento por lo que William Morris, en el título de una de sus novelas, llamaba «las aguas de las islas encantadas».
Yo vivía solo, y triste, pues acababa de salir de una larga relación, y, como era escritor y director autónomo, tenía cierta libertad para emprender un viaje si me apetecía. Mi hijo, Rufus, también estaba de aventura por Australia, trabajando de camarero y surfeando en Byron Bay, y lo añoraba. Al menos, en el agua podría unirme espiritualmente a él. Al igual que el ciclo infinito de la lluvia, empezaría y acabaría el viaje en mi foso, partiendo en primavera y nadando durante todas las estaciones del año, y escribiría un diario con mis impresiones y peripecias.
Cuanto más lo pensaba, más me obsesionaba la idea del viaje acuático. El agua empezó a acaparar, de manera aún más exclusiva, mis sueños. Nadar y soñar se estaban convirtiendo en algo indistinguible. Me fui convenciendo de que seguir el agua, fluir con ella, sería una buena forma de trascender la superficie y comprender mejor las cosas, de aprender algo nuevo. Puede que hasta aprendiese algo sobre mí. En el agua, todas las posibilidades parecían extenderse infinitamente. Me liberaría de la tiranía de la gravedad y del peso de la atmósfera.
Cuando nadas, sientes tu cuerpo como lo que principalmente es, agua, y esta se empieza a mover con el agua que te rodea. No es de extrañar que las ballenas varadas nos den tanta lástima: también nosotros quedamos varados al nacer. Nadar equivale a experimentar lo que sentíamos antes de nuestro nacimiento. Al entrar en el agua, nos sumergimos en un mundo profundamente privado, como si estuviésemos en el útero. Esas aguas amnióticas son seguras y a la vez aterradoras, porque todo puede torcerse en el parto, y te encuentras a merced de fuerzas ignotas sobre las que no ejerces ningún control. Esto podría explicar la ansiedad que cualquier nadador ha sentido alguna vez en alta mar. Lanzarse de cabeza al vacío desde un trampolín es una imagen que aúna todas las contradicciones del nacimiento. El nadador experimenta el terror y la felicidad de nacer.
Así pues, nadar es un rito de iniciación, el cruce de una frontera: la orilla del mar, el margen del río, el borde de la piscina, la propia superficie del agua. Cuando te zambulles se produce una especie de metamorfosis. Al atravesar el espejo acuático, dejas atrás la tierra y entras en un mundo nuevo, donde la supervivencia, y no la ambición o el deseo, es el objetivo principal. (...) Al nadar, lo vemos y lo percibimos todo de un modo que no se parece en nada a ningún otro.

Roger Deakin, Diarios del agua

Preguntas y actividades sobre el texto:

  • ¿Qué paralelismo hace el autor entre la experiencia de nadar y la sensación de estar en el útero?
  • ¿Qué evento en la vida del autor lo llevó a considerar la idea de recorrer Gran Bretaña nadando?

  • ¿Has experimentado alguna vez una sensación de liberación mientras practicabas algún deporte o alguna actividad física? ¿De qué manera? ¿Cómo se compara con la descripción del autor sobre nadar?
  • ¿Crees que el ejercicio físico, como nadar, puede ser una forma de meditación o terapia mental? ¿Por qué?

Observa la naturaleza

¿Alguna vez has salido al campo y te has parado a observar con detalle un árbol, una nube o la hierba? Recuerda algún encuentro memorable que hayas tenido con la naturaleza.

Reto: escribe durante una semana unas memorias de naturaleza.

Durante todos los días de la semana, observa la naturaleza durante unos cinco minutos, al menos. Puedes observar desde una planta que tengas en casa hasta el río más cercano. Fíjate en los pájaros, en los insectos, en la luz... ¡La naturaleza te rodea! 

Después, escribe sobre esa experiencia de observación durante otros cinco minutos. ¿Qué has visto? ¿Cómo es? ¿Qué has pensado?

Aquí tienes algunos consejos para escribir tu texto diario:

  • Describe con detalle la naturaleza
  • Incluye detalles sensoriales
  • Explica qué sentimientos te despierta

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