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El medio como condicionante

Lee y analiza

Llanero solitario por un paisaje árido

El medio como condicionante

Pero al igual que puede ser un refugio, también es muy habitual que en literatura se represente el medio en el que vivimos como algo que condiciona tu carácter y manera de ser. Los escritores han explorado cómo la geografía, la cultura y las circunstancias socioeconómicas pueden moldear y definir la identidad de un individuo, a menudo planteando preguntas sobre cómo el medio en el que habitamos influye en la formación de la esencia de una persona.

Y es que la importancia del ambiente en la conformación de la personalidad y el destino de los personajes es evidente en muchas obras. Por ejemplo, en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, el aislamiento del pueblo de Macondo y su ambiente mágico y a veces opresivo juegan un papel crucial en la formación del carácter y destino de la familia Buendía; en La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, la áspera y desolada Extremadura no es solo un telón de fondo, sino un factor crucial que contribuye a la naturaleza violenta y trágica del protagonista; y en Quebrada, de Mariana Travacio, el paisaje y la cultura local se entrelazan con las historias personales, creando una relación simbiótica entre el personaje y su entorno. 

Como si existiese el perdón y Quebrada, de Mariana Travacio

En estos dos libros interrelacionados, la escritora argentina Mariana Travacio diseña un mundo en el que sus personajes están marcados por la fatalidad desde un inicio, en gran parte: un ambiente rural de tierras áridas y secas, una sociedad patriarcal y un contexto de pobreza que moldean el carácter, las decisiones y el destino de los personajes.

Lee el siguiente texto y responde a las preguntas a continuación:

1

Me llamo Lina Ramos, soy la esposa de Relicario Cruz. Hace tiempo le vengo diciendo que nos tenemos que ir, pero él no quiere. Se aferra mucho a esta tierra, dice que acá nacimos y que acá tenemos que morir. Pero es que ya no queda nadie, le digo. Y me dice que no podemos andar abandonando a nuestros muertos, no podemos irnos y dejarlos acá, Lina, sin nadie que los reconozca. Así me dice. Que esas cosas no se hacen. Y yo le explico que con gusto me quedaría si hubiera qué comer. Pero esta es una zona muy quebrada, no se encuentra ni un pedazo de tierra que sirva para algo. Solo crecen esos yuyos tristes, llenos de espinas que arañan el viento. Lo demás es pura piedra. Y tarda uno mucho en moverse de una parte a la otra, porque es todo empinado, en barranca filosa, muy escarpada. El otro día, que andaba mala, tuve que ir donde Octavia, que sabe curarme. Me tardé cuatro horas trepándome por las piedras. Llegué con el último suspiro. Todo esto le vengo diciendo, a Relicario, pero no sabe escucharme. Dice que la tierra no se abandona. Que si uno se va, los muertos se quedan sin nombre, y se acaban confundiendo, porque ya nadie se les acerca a recordarles ni quiénes eran, ni qué decían, ni qué les gustaba. Y que eso no se hace, Lina. Que hay que visitarlos, y llevarles la caña, y un poco de sopa, o lo que hayan tenido en vida. Así me dice: si nos vamos, quién les va a llevar la caña, quién les va a recordar cualquier cosa; no podemos, Lina. Y yo trato de explicarle que acá nadie quiere abandonar a nadie, que solamente trate de pensar un poco en nosotros, que acá no hay porvenir. Esta tierra no da nada, Cruz, cada día da menos, si ya no llueve ni lo poco que llovía. Llegan dos nubes, a veces, y uno se las queda mirando como si nos fueran a largar algo de su agua, pero rebotan en la quebrada y se van a llover a otra parte. Así le digo. Pero él anda empecinado y no quiere probar suerte: quiere quedarse acá, nomás, y me pregunta, entonces, dónde nos vamos a ir, Lina, que ya estamos grandes. Y yo no sé qué responderle, porque me pasé la vida entre estas piedras y qué le voy a decir si no conozco mundo afuera. Silenciate, Lina, me digo, cuando veo que mis ansias no prosperan. Solo me calma pensar que mañana le insistiré. Y llega la mañana y llevo mis ojos al cielo vacío que tenemos acá y siento un hastío que me come por dentro. Entonces junto coraje y le insisto: vámonos, Relicario. Es que apenas me despierto ya veo ese cielo sin nubes, sin pájaros, sin nada que lo cruce, nada que nos traiga alguna novedad. El cielo está siempre igual y a mí me da un puro vacío. Llevo catorce años repitiéndole lo mismo, pero no me oye. Catorce años, desde que se fue mi hermano y se llevó consigo a nuestro hijo, nuestro Tala, que tanta falta me hace. A veces me agarra flojera de andar insistiéndole. Pero como no insista, la muerte nos va a encontrar pronto, resecos los dos, al ladito de nuestros muertos, sin nadie que nos lleve ni la caña ni la sopa ni nada. A veces tengo la esperanza de que un día me escuche. A veces le rezo mis rezos a diosito santo, pero no parece oírme, tampoco. Se habrá vuelto sordo, pienso seguido. Soy muy creyente, yo, y Relicario también. Pero me ando llevando a las patadas con Dios últimamente, porque no me escucha ni una sola de mis plegarias. Y eso a veces me da una rabia rencorosa. Es una rabia que me dura varios días. Cuando eso me pasa, le digo a Cruz que diosito debe andar sordo, o que tal vez se haya ido de aquí, él también, cansado de tanta piedra. Y cuando le voy con estas cosas, Cruz me dice que me deje de andar inventando. Que Dios está por todos lados. Y yo le digo que estará por todos lados pero que acá no llega porque no tiene ni modo de llegar. Si vivimos encajonados, Cruz, en esta quebrada. Si hasta hay que mirar para arriba, muy alto, para encontrar el cielo. Pero a él no le gusta nada que le diga así. Me chista y se mete en el taller y eso me da una rabia que me acaba enfermando y me obliga a ir a lo de Octavia, a que me cure. Pena que viva tan lejos. Según los vientos, me toma cuatro horas, a veces cinco, o más, hasta llegar allá, donde vive.

Pero es la única que sabe curarme, así que voy, de todos modos. Voy a los trancos, primero, y eso que es cuesta arriba, pero después el sendero se acaba y el terreno se escarpa del todo. De ahí en más hay que inventarse el camino, trepando por las piedras. Eso toma mucho tiempo, y da mucho cansancio, pero yo le pongo empeño. Cuando llego, enseguida aparece Octavia, como si me hubiese estado esperando. A veces sale de adentro; otras veces la veo venir de atrás del rancho, ahí donde hace nacer esas hierbas que usa para los remedios. Y a mí me calma solo verla. Me hace pasar enseguida y me prepara algún brebaje, sin que yo le diga nada, y al ratito ya me siento mejor, y nos ponemos a conversar. Al principio, no le hablaba mucho. Apenas le decía alguna cosa, por agradecerle el gesto, nomás. Pero ahora le ando contando bastante. Le cuento que estoy cansada de tanto insistirle, a Relicario, sin que me oiga, sin que me dé la mera ilusión de que algún día nos vayamos. Me estoy poniendo vieja, Octavia, y ya no sé qué hacer. A veces pienso que Relicario tiene razón, que a los muertos no se los deja, pero a mí las ansias de irme me han crecido tanto que ya no me dejan dormir. Llega la noche y no hay Cristo que me cierre los ojos. Me quedan abiertos, nomás, en esa intemperie del desvelo. Y cuando clarea y salgo del rancho a buscar agua para el mate, el sueño se me trepa por la espalda y me la deja así, toda encorvada. Necesito dormir, Octavia, para caminar derecha otra vez.

2

—Me voy, Relicario.

—¿Adónde vas a irte sola, mujer?

—Octavia me enseñó el camino.

—Qué camino, Lina, si acá no hay caminos.

—Hay que ir para abajo, hasta dar con el arroyo.

—Qué arroyo va a haber, Lina.

Así me dijo Octavia. Que baje y baje y no me canse de bajar, hasta dar con el arroyo. Y que después vea bien para dónde va el agua, y que siga caminando siempre en dirección del agua. Que el agua lleva al río y que el río lleva al mar. Vamos al mar, Cruz. Vamos juntos.

—Estás loca, Lina. Qué agua va a haber en ese arroyo si hace años que acá está todo seco.

Mariana Travacio, Quebrada.

1. Responde por escrito a las siguientes preguntas:

  • Elabora un resumen del texto.
  • ¿De qué manera el entorno árido y desolado podría haber moldeado la personalidad y las decisiones de Lina y Relicario?
  • En un momento del texto, se nos dice que Dios se ha vuelto sordo. ¿Qué nos quieren decir con eso?
  • ¿Qué importancia tiene el arroyo y el agua en la narración? ¿Qué simbolizan?

2. Busca en el diccionario las siguientes palabras, resaltadas en negrita en el texto:

  • Yuyos, porvenir, quebrada, intemperie, mate.

3. Reflexiona e intenta responder a estas preguntas para establecer un debate sobre el contenido del texto:

  • ¿Qué opinas sobre la idea de que no se puede abandonar a los muertos? ¿Crees que es una responsabilidad mantenerse cerca de ellos aunque sea a costa del bienestar? ¿O es más importante buscar un mejor futuro?
  • ¿Por qué crees que Relicario se resiste a cambiar y buscar un lugar mejor? ¿Crees que está justificado o es un mero capricho?
  • Relacionando con otras obras o experiencias personales, ¿puedes pensar en ejemplos donde el entorno haya tenido un impacto significativo en el carácter o decisiones de alguien?

La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela

En este libro del escritor de Padrón, publicado en 1942, el lector se sumerge en la vida de Pascual, marcada por la violencia, la miseria y la fatalidad. Pascual Duarte, nacido en un pequeño pueblo de Extremadura, vive una existencia trágica y conflictiva. Pero Pascual se presenta siempre como un hombre atormentado por sus circunstancias y por un destino que parece haberse confabulado contra él desde su nacimiento.

Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquéllos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie puede borrar ya.

Nací hace ya muchos años —lo menos cincuenta y cinco— en un pueblo perdido por la provincia de Badajoz; el pueblo estaba a unas dos leguas de Almendralejo, agachado sobre una carretera lisa y larga como un día sin pan, lisa y larga como los días —de una lisura y una largura como usted para su bien, no puede ni figurarse— de un condenado a muerte.

Era un pueblo caliente y soleado, bastante rico en olivos y guarros (con perdón), con las casas pintadas tan blancas, que aún me duele la vista al recordarlas, con una plaza toda de losas, con una hermosa fuente de tres caños en medio de la plaza. Hacía ya varios años, cuando del pueblo salí, que no manaba el agua de las bocas y sin embargo, ¡qué airosa!, ¡qué elegante!, nos parecía a todos la fuente con su remate figurado un niño desnudo, con su bañera toda rizada al borde como las conchas de los romeros. En la plaza estaba el ayuntamiento que era grande y cuadrado como un cajón de tabaco, con una torre en medio, y en la torre un reloj, blanco como una hostia, parado siempre en las nueve como si el pueblo no necesitase de su servicio, sino sólo de su adorno. En el pueblo, como es natural, había casas buenas y casas malas, que son, como pasa con todo, las que más abundan; había una de dos pisos, la de don Jesús, que daba gozo de verla con su recibidor todo lleno de azulejos y macetas. Don Jesús había sido siempre muy partidario de las plantas, y para mí que tenía ordenado al ama vigilase los geranios, y los heliotropos, y las palmas, y la yerbabuena, con el mismo cariño que si fuesen hijos, porque la vieja andaba siempre correteando con un cazo en la mano, regando los tiestos con un mimo que a no dudar agradecían los tallos, tales eran su lozanía y su verdor. La casa de don Jesús estaba también en la plaza y, cosa rara para el capital del dueño que no reparaba en gastar, se diferenciaba de las demás, además de en todo lo bueno que llevo dicho, en una cosa en la que todos le ganaban: en la fachada, que aparecía del color natural de la piedra, que tan ordinario hace, y no enjalbegada como hasta la del más pobre estaba; sus motivos tendría. Sobre el portal había unas piedras de escudo, de mucho valer, según dicen, terminadas en unas cabezas de guerreros de la antigüedad, con su cabezal y sus plumas, que miraban, una para el levante y otra para el poniente, como si quisieran representar que estaban vigilando lo que de un lado o de otro podríales venir. Detrás de la plaza, y por la parte de la casa de don Jesús, estaba la parroquial con su campanario de piedra y su esquilón que sonaba de una manera que no podría contar, pero que se me viene a la memoria como si estuviese sonando por estas esquinas. La torre del campanario era del mismo alto que la del reló y en verano, cuando venían las cigüeñas, ya sabían en qué torre habían estado el verano anterior; la cigüeña cojita, que aún aguantó dos inviernos, era del nido de la parroquial, de donde hubo de caerse, aún muy tierna, asustada por el gavilán.

Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte

1. Responde por escrito a las siguientes preguntas:

  • Describe brevemente cuáles son las ideas principales que se plantean en el texto.
  • ¿Qué quiere el narrador con la comparación entre "el camino de las flores" y "el camino de los cardos y chumberas"?
  • ¿Cómo se presenta el concepto de destino en el texto? ¿Qué papel juega en la vida del narrador?

2. Realiza un comentario breve del texto teniendo en cuenta las siguientes cuestiones:

  • El narrador menciona que "los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer", pero que el destino varía a las personas como si fueran de cera. ¿Crees que el destino está predeterminado o que las personas tienen el poder de cambiarlo? ¿Por qué?
  • ¿De qué manera crees que el ambiente y la cultura puede influir en la personalidad y acciones de una persona, tal y como aquí nos cuenta Pascual?

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