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Más allá de la pareja: otros amores

Otros amores

Pero si hablamos de amor, tenemos que ir mucho más allá del ámbito romántico. Y es que también pensamos en él cuando nos referimos a la devoción inquebrantable por una madre, por la pasión por la estética y lo bello, por la comida, los lugares y las experiencias cotidianas. Todas estas manifestaciones nos pueden hacer reflexionar sobre la naturaleza misma de esta emoción y su diversidad de formas.

La literatura y el pensamiento han tratado de capturar la esencia del amor mucho más allá de lo romántico, y por ello nos sumergiremos en textos que exploran los diferentes lugares hacia los que este puede dirigirse. Figuras, objetos e ideas que trascienden la relación de pareja. ¿Qué nos dice el amor sobre la profundidad de los vínculos familiares? ¿Cómo enriquece nuestras vidas el amor por lo estético?¿Por la comida que disfrutamos? ¿Por los objetos de nuestro día a día? ¿Por los lugares que frecuentamos?

A través del amor, nos podemos adentrar en un territorio emocionalmente rico y reflexivo. Así aprenderemos a apreciar la diversidad de expresiones del amor en el mundo que nos rodea, y cómo estas conexiones emocionales influyen en nuestra percepción de la vida misma. Incluso aunque a menudo las pasemos por alto.

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Lee el siguiente texto de Cristina Peri Rossi y reflexiona

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La primera vez que me declaré a mi madre, tenía tres años, (según los biólogos, los primeros años de nuestra vida son los más inteligentes. El resto es cultura, información, adiestramiento). Yo tenía propósitos serios: pretendía casarme con ella. El matrimonio de mi madre (del cual fui un fruto temprano) había sido un fracaso, y ella estaba triste y angustiada. Los animales domésticos comprenden instintivamente las emociones y los sentimientos de los seres y procuran acompañarlos, consolarlos: yo era un animal doméstico de tres años.

El escaso tiempo que mi padre estaba en casa (aparecer y desaparecer sin aviso era una forma de poder) discutían, se hacían mutuos reproches y por el aire —como una nube negra, de tormenta— planeaba una oscura amenaza. En cambio, mi madre y yo éramos una pareja perfecta. Teníamos los mismos gustos (la música clásica, los cuentos tradicionales, la poesía y la ciencia), compartíamos los juegos, las emociones, las alegrías y los temores. ¿Qué más podría pedirse a una pareja? No éramos, por lo demás, completamente iguales. A los tres años yo tenía un agudo instinto de aventura, del que mi madre carecía (o el matrimonio lo había anulado), y un amor por la fauna y la flora que a mi madre le parecía un poco vulgar. Aun así, me permitió criar un zorro, un malhumorado avestruz y varios conejos.

Pero a diferencia de mis progenitores, mi madre y yo, siempre que surgía un conflicto, sabíamos negociar. Cuando me encapriché con un bebé de elefante, en el zoo, y manifesté que no estaba dispuesta a regresar a casa sin él, mi madre me ofreció, a cambio, un pequeño ternero, que pude criar en el jardín trasero. (Sospecho que mi padre se lo comió. Un día, cuando me desperté, el ternerito ya no estaba pastando en el césped. Mi padre, ese día, hizo asado.) Mi madre escuchó muy atentamente mi proposición. (Siempre me escuchaba muy atentamente, como debe hacerse con los niños.) Creo que se sintió halagada. El desgraciado matrimonio con mi padre la hacía sentirse muy desdichada, y necesitaba ser amada tiernamente, respetada, admirada; comprendió que todos esos sentimientos (más un fuerte deseo de reparación) yo se los ofrecía de manera generosa y desprendida, como una trovadora medieval.

Después de haber escuchado atentamente mi proposición, mi madre me dijo que ella también me quería mucho, que era la única alegría de su vida, más bien triste, y que agradecía mi afecto, mi comprensión y todo el amor que yo le proporcionaba. Me parecieron unas palabras muy justas, una adecuada descripción de nuestra relación. Ahora bien —me explicó mi madre—: nuestro matrimonio no podía celebrarse, por el momento, dado que yo todavía era muy pequeña. Era una razón que yo podía comprender. Mi madre era una mujer bellísima (tenía unos enormes ojos «color del tiempo». La descripción la encontré, años después, en una novela de Pierre Loti), inteligente, culta, aunque frágil y asustada. Yo estaba dispuesta a protegerla (algo que mi padre no había hecho), aunque yo misma es- tuviera asustada muchas veces: el amor es generoso. También estaba dispuesta a esperar todo el tiempo que hiciera falta para casarnos.

Siempre le agradeceré a mi madre que me hubiera dado esa respuesta. No desestimó mi proposición, no me decepcionó, sino que estableció un motivo razonable y justo para posponer nuestra boda. Además, me estimuló a crecer. Desde ese día, intenté comer más (era bastante inapetente), acepté las vitaminas y el horroroso aceite de hígado de bacalao, con la esperanza de acelerar mi crecimiento, y alcanzar, por fin, el tamaño y la edad suficientes como para casarme con ella.

Cristina Peri Rossi, La insumisa

Reflexiona y responde a las siguientes preguntas sobre el texto:

  1. ¿Por qué crees que la niña se declara a su madre con tan solo tres años de edad? ¿Cuáles son sus propósitos?
  2. ¿Por qué su madre le da esa razón le da para posponer su "matrimonio"? ¿Es realmente una cuestión de edad?
  3. Hay quien diría que la niña tiene un comportamiento sorprendentemente maduro para su edad. ¿Por qué? ¿En qué partes del texto se puede ver esto?
  4. ¿Cuál crees que es el mensaje que se nos intenta transmitir con esta historia? ¿Qué lección o idea principal se puede extraer de él?

Lee para la actividad

Lee el siguiente texto de Maggie Nelson y reflexiona:

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Supongamos que comenzara diciendo que me he enamorado de un color. Supongamos que fuera a hablar de esto como si fuese una confesión; supongamos que hago añicos mi servilleta mientras hablamos. Empezó paulatinamente. Una apreciación, una afinidad. Y, un día, se tornó más serio. Entonces se volvió de algún modo personal.

Me enamoré de un color —en este caso, el color azul— como si cayera bajo un hechizo, un hechizo por el que luché, alternativamente, para permanecer dentro y salir de él.

Bueno, ¿y qué? Es un engaño voluntario, podrías decir. Cada objeto azul podría ser un tipo de zarza ardiente, un código secreto hecho para un único agente. ¿Cómo podrían todos los jirones de bolsas de basura azules enganchados en las zarzas, o los toldos de azul vibrante que aletean  encima de cada choza y chiringuito de pescado en el mundo, ser, en esencia, las huellas de Dios? Intentaré explicarlo.

Un buen día estoy en una entrevista de trabajo en una universidad, con tres hombres sentados delante de mí, al otro lado de la mesa. En mi currículum dice que estoy trabajando actualmente en un libro sobre el color azul. Llevo años diciéndolo sin escribir ni una palabra. Uno de los hombres pregunta: «¿Por qué azul?». La gente me pregunta esto a menudo. Nunca sé cómo responder. No podemos elegir qué o a quién amamos, quiero decir. Simplemente no tenemos elección.

Maggie Nelson, Bluets (adaptado)

Reflexiona y responde a las siguientes preguntas:

  1.  ¿Por qué el crees que se compara el amor con un hechizo?
  2.  ¿Qué crees que se intenta transmitir cuando se afirma que "no podemos elegir qué o a quién amamos"? ¿Qué reflexión plantea sobre el amor esta afirmación?
  3. ¿Alguna vez has sentido amor u obsesión por algo abstracto, algo similar? ¿Con qué? ¿De dónde crees que provenía este amor? ¿Qué crees que lo causaba?

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