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8.7 El montaje
Al finalizar un rodaje se poseen una serie de planos que, en sí
mismos, poseen una significación mínima como unidades narrativas,
pero que al yuxtaponerse con otros planos, en un orden determinado y coherente,
adquieren un nivel de lenguaje superior. Esto es justamente el montaje:
el proceso de unión de dos planos medidos y ordenados, para dotar
de estructura al relato fílmico. Muchos son los que creen que el
montaje es la gran singularidad del cine en el conjunto de los lenguajes
artísticos. Y desde luego, ha sido mediante la reflexión
sobre las teorías del montaje como muchos cineastas han articulado
su trabajo.
La historia del ritmo del montaje en la segunda mitad del siglo XX es
prácticamente la historia de la capacidad de lectura audiovisual
de los espectadores. Con frecuencia se ha dicho que un plano debe estar
en pantalla el tiempo adecuado para que sus elementos puedan ser leídos
por los espectadores; pero por supuesto que no existe un patrón
rítmico determinado sino una visión de conjunto que establece
cuándo el espectador se revolverá en su asiento o si permanecerá
expectante desde el inicio hasta el siguiente plano.
Es en este sentido en el que influyen los niveles de lectura de cada uno
y de cada etapa cultural. Un adolescente del siglo XXI difícilmente
conseguirá mantenerse atento ante los prodigios visuales de Intolerancia
(1916) de D.W. Griffith, al igual que al susodicho director le sería
imposible seguir la narración de una película como Matrix.
(1999).
Visto desde otra perspectiva es un camino que parte de un montaje en continuidad,
en el que, como ocurría en el cine clásico, las técnicas
se conciben para servir a la continuidad narrativa; pasa por una concepción
en la que los planos se convierten en secuencia y todo el efecto dramático
se reserva a la interpretación de los actores, tal como puede verse
en el cine de Orson Welles o de Luis García Berlanga; y concluye,
provisionalmente, en las nuevas formas de montaje del cine contemporáneo
(o de los vídeos musicales) en donde una secuencia se convierte
en multitud de planos que envuelven al espectador al margen de la unidad
espacio-temporal buscada por cine clásico (entre muchos ejemplos
puede servir la primera secuencia de Parque Jurásico, 1993, en
la que Steven Spielberg resuelve el enfrentamiento entre guardianes del
parque y un dinosaurio utilizando para ello cuarenta y tres planos en
dos minutos y medio de película: un cambio de plano cada tres segundos,
desde luego aproximadamente la mitad de la frecuencia habitual en el cine
clásico).
Las técnicas del montaje en continuidad, que debe recordarse que
es hegemónico pero no el único como nos recuerda El acorazado
Potemkim (Einsenstein, 1924), parten de las nociones que hemos visto en
otro epígrafe: eje de mirada y dirección y raccord general
de los planos.
El engarzamiento de acciones en continuidad entre el plano primero y el
plano segundo es una de las opciones más dinámicas y naturales
de aceptar el montaje por parte de un espectador cómodamente situado
en una falsa cuarta pared. La forma es fácil: se rueda al
actor repitiendo el movimiento sobre el que se apoyará el montaje
de ambos planos; posteriormente se seleccionará un momento del
movimiento (el llamado engarce) en ambas tomas para realizar el corte
y posterior empalme. El modo más habitual de situar geográficamente
al espectador es mostrándole el espacio de la acción en
plano general y después sumándole los planos cortos, aunque
no siempre en este orden estricto.
Algunas de las claves para mantener una buena transición se escapan
de la competencia del montaje como son la constancia de la tonalidad de
la iluminación y el nivel del sonido directo.
Durante décadas el montaje se ha realizado en las llamadas moviolas
utilizando una copia del negativo de la película que proporcionaba
el laboratorio. Sin embargo, en la actualidad el montaje se hace en sistemas
digitales de edición que reducen costes y facilitan la mezcla de
los soportes fotoquímicos, videográficos y digitales y el
mejor ajuste de los distintos efectos.
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