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Experiencias migrantes: indagar en tu identidad

 

Las experiencias migrantes, ya sean propias, de la familia cercana o anticipadas, desempeñan un papel crucial en la formación de la identidad individual. La migración, con sus desafíos y adaptaciones, se convierte en un elemento transformador que deja una marca indeleble en la psique. En este proceso, la conexión con el pasado se vuelve esencial, sirviendo como anclaje para comprender quiénes somos. La exploración de las raíces familiares y la indagación en el pasado no solo nutren la identidad, sino que también proporcionan un contexto vital para la construcción del yo. Así, la migración se convierte en un viaje no solo geográfico, sino también emocional y cultural, que influye de manera significativa en la autoconciencia y en la búsqueda de una identidad auténtica y arraigada.

Exploraremos esta idea aproximándonos a dos textos.

El primero, de la escritora polaco-canadiense Eva Hoffman. El segundo, del gallego Xesús Fraga.

Experiencias migrantes en literatura (2/2): emigrar y no acabar de encontrarte

Lee el siguiente texto, escrito por la polaco-canadiense Eva Hoffman. Después, responde a las preguntas.

Abril de 1959. Estoy junto a la barandilla de la cubierta superior del Batory y siento que mi vida se acaba. Observo a la multitud reunida en la orilla para despedir al barco que zarpa de Gdynia —una multitud que de repente está irrevocablemente al otro lado— y quiero huir, regresar, precipitarme hacia la excitación familiar, hacia las manos que se agitan, hacia las exclamaciones. No podemos abandonar todo esto, pero lo hacemos. Tengo trece años y emigramos. Es una noción tan demoledora, tan definitiva que podría muy bien significar el fin del mundo.

Mi hermana, que tiene cuatro años menos, me agarra la mano en silencio; apenas entiende dónde estamos o qué nos ocurre. Mis padres están muy nerviosos; la policía de aduanas les acaba de someter a un cacheo, un último trámite en su acoso antijudío. Sin embargo, los agentes no fueron suficientemente listos, o suficientemente suspicaces, para registrarnos a mi hermana y a mí; una suerte, porque llevábamos, en unos grandes bolsillos cosidos dentro de nuestras faldas y ocultos bajo amplios jerséis, objetos de plata que no teníamos permiso para sacar de Polonia.

(...) Una tristeza juvenil me perfora con tal fuerza que de pronto dejo de llorar y lucho, inmóvil, contra el dolor. Quiero desesperadamente que el tiempo se detenga y que el barco se pare por la fuerza de mi voluntad. Estoy sufriendo mi primer ataque severo de nostalgia o tęsknota; un término que añade a la idea de nostalgia tonos más intensos de tristeza y anhelo. Es un sentimiento que estoy condenada a conocer íntimamente en todos sus matices y grados, pero, en este momento vacilante, me invade como una visita procedente de una nueva geografía de emociones, una anunciación del dolor que puede suscitar la ausencia. O una premonición de la ausencia, porque en esta encrucijada me siento llena de lo que estoy a punto de perder: imágenes de Cracovia, la cual he amado como se ama a una persona, de ciudades achicharradas por el sol donde hemos pasado las vacaciones de verano, de las horas que estuve trabajando ciertos pasajes con mi profesora de piano, de las conversaciones y escapadas con amigos. Cuando miro hacia delante, me tropiezo con un vacío enorme y frío: un ensombrecimiento, un borrado de la imaginación, como si el objetivo de la cámara fotográfica se hubiera obturado bruscamente o se hubiera corrido una pesada cortina sobre el futuro. Del lugar adonde nos dirigimos, Canadá, no sé nada.

(...)

Muchos años después, en una elegante fiesta neoyorquina, una mujer me cuenta que tuvo una infancia maravillosa. Su padre era un diplomático de alto rango en un país asiático y había vivido rodeada de una elegancia suntuosa, de la cortesía de los sirvientes y de hombres maduros que le habían hecho delicadas insinuaciones. No es extraño, dijo ella, que a los trece años, cuando se acabó este capítulo de su vida, se sintiese expulsada del paraíso, y que desde entonces no hubiese dejado de buscarlo de nuevo.

No es extraño, en efecto. Lo extraño es lo que alguien puede llegar a considerar un paraíso. Le expliqué que me había criado en un apartamento lumpen en Cracovia, apretujada con otras cuatro personas en tres habitaciones rudimentarias, rodeada de riñas, de oscuros murmullos políticos, de recuerdos de la guerra y de sus sufrimientos y de la lucha diaria por la existencia. Y, aun así, cuando llegó el momento de marcharse, yo también sentí que me echaban del seguro y feliz jardín del Edén.

Inicio de Extraña para mí, de Eva Hoffman.

Actividades:

Elabora un resumen del texto divídelo en partes.

Explica el término "tęsknota" y su significado en el contexto del texto. ¿Conoces alguna palabra que evoque el mismo sentimiento en tu lengua? Intenta explicar qué es lo que significa para ti ese término.

Responde:

¿Qué anticipa la narradora sobre el futuro al mirar hacia adelante desde el barco? ¿Cómo se describe el destino, Canadá, en este momento del relato?

En el fragmento sobre la mujer en la fiesta neoyorquina, ¿cómo contrasta la experiencia de la narradora con la de esta mujer?

La narradora menciona que, a pesar de las dificultades en su vida en Cracovia, sintió que estaba siendo expulsada del paraíso al marcharse. ¿Cómo es eso posible? Intenta explicarlo.

Experiencias migrantes en literatura (2/2): indagar en el pasado familiar

Lee el siguiente texto, escrito por el gallego Xesús Fraga. Después, responde a las preguntas.

Crecer implica, entre otras cosas, cuestionarse esa narración que, a modo de mito fundacional, todas las familias le transmiten a la siguiente generación para situarlos en el mundo. Poco a poco, el desgaste le va limando el brillo y aparecen las primeras grietas que cuartean la pintura y ensanchan los huecos hasta desprenderse para revelar esa otra estampa que ocultaba, como los arrepentimientos que un artista tapó bajo más capas de óleo. La infancia ya había desembocado en la primera adolescencia y el abuelo seguía ausente para dar respuesta a las preguntas clave que yo le formulaba a su hija mayor, a mi madre: ¿Por qué había emigrado a Venezuela? ¿Y por qué la abuela no se había ido con él? Y había más: ella misma también había emigrado, pero a otro país y en otro continente: ¿por qué se había marchado en la dirección contraria? ¿A qué se dedicaba allá? ¿Y por qué nunca había vuelto? ¿O ni tan siquiera escrito? ¿Había formado otra familia, una familia venezolana suya? ¿Después de tantos años, seguía vivo? (...)

Las respuestas, por tanto, había que buscarlas en la etapa anterior, pero su falta de sustancia no daba más que para un magro retrato. El abuelo era hijo de madre soltera, de oficio zapatero y poco dado a las palabras. (...) El relato desembocaba aquí en una convencional historia de emigración, tan tópica que era imposible no asumir su verosimilitud: remendar zapatos apenas daba para unas perras y la Venezuela de los años cincuenta se aparecía como una tierra prometida de prosperidad, a juzgar por lo que decían las noticias que recibían en casa quienes tenían parientes en aquella orilla del Caribe. Una oportunidad para encarnar el obligado papel de proveedor que venía con la figura de cabeza de familia y que hasta entonces desempeñaba su mujer, que con empleos eventuales conseguía ganar más que él, aunque no lo suficiente: tres hijas eran muchas bocas que alimentar, además de las suyas.

A partir de este punto la progresiva y después definitiva falta de noticias solo permitía conjeturas. Por un lado, se podía leer un episodio de fracaso, la figura bien conocida del emigrante que, lejos de alcanzar sus sueños de gloria, malvive en una pobreza que le impide el regreso y por orgullo tampoco pide ayuda para hacerlo. Por otro, el caso de quien ha formado una nueva familia, anclándose así a la tierra de acogida hasta convertirla en definitiva y borrar toda aspiración a un retorno. Ambos caminos eran factibles, incluso conciliables.

La adolescencia no solo me había llevado a formular aquellas preguntas, sino que mi transformación física había tenido consecuencias inesperadas: un día en que la abuela parecía haber agotado su repertorio de descalificaciones con los que espantaba el fantasma de su marido, consiguió conmocionarme con la afirmación de que no había nadie en la familia que se pareciese tanto al abuelo como yo.

–La frente, así, ancha y despejada. Y la forma de la boca y el mentón, y también por aquí –y se llevaba la mano al cuello para resaltar el parecido.

–¿Hablas en serio, abuela? –En cuestión de semejanzas a mí siempre me adscribían a su rama de la familia.

–Sí, sí. Eres el vivo retrato.

Extraído de Virtudes (y misterios), de Xesús Fraga

Actividades:

Di cuál es el tema del texto y elabora un esquema que establezca su estructura.

Escribe un texto: ¿Cuál es la "narración fundacional" de tu familia que te han transmitido? ¿Cómo a llegado tu familia a ser quién es? ¿De dónde vienen? ¿Cómo se conocieron?

Responde:

 ¿Qué quiere decir el narrador con las "grietas" que aparecen en la narrativa familiar?

¿Cómo se caracteriza al abuelo en la historia? ¿Qué elementos revelan sobre su vida y personalidad?

Reflexiona acerca de los pensamientos que invaden al narrador cuando su abuela le dice que es "el vivo retrato" de su abuelo emigrado.

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