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Otras maneras de contar una ciudad

Paisajes Sonoros

Ingenieros de sonido

¿Hay otras maneras de contar una ciudad? ¿Otros paisajes?

Nosotros creemos que sí. Y lo cierto es que ya ha sido hecho. Pero ¿qué es un paisaje sonoro?

Pues es una serie de composiciones musicales, ruidos y ambientes que intentan responder a una pregunta: ¿a qué suena un lugar? Por ejemplo:

  • En un entorno rural, el paisaje sonoro estaría compuesto por el sonido de pájaros que pían, ranas croando, gente conversando, el sonido de un tractor, perros ladrando...
  • En un entorno urbano, probablemente estaríamos hablando de ruido de coches pasando, edificios en obras, sirenas...
  • ¿Y en interiores? ¿A qué suena un interior?

En el libro de la escritora mexicana Valeria Luiselli titulado Desierto sonoro, una pareja trabaja mapeando el paisaje sonoro de la ciudad de New York.

Lee el siguiente fragmento y responde a las preguntas:

TRAMA FAMILIAR

Mi marido y yo nos conocimos hace cuatro años, mientras grabábamos audio para un paisaje sonoro. Éramos parte de un equipo más amplio, que trabajaba para el Centro de Ciencia Urbana y Progreso de la Universidad de Nueva York. El objetivo del proyecto era registrar y catalogar los sonidos emblemáticos o distintivos de la ciudad: el rechinido del metro al detenerse, la música en los pasillos subterráneos de la estación de la calle 42, los pastores predicando en Harlem, el rumor de voces y murmullos en la bolsa de valores de Wall Street.

Pero también había que compendiar y clasificar todos los sonidos que produce la ciudad y que, en general, pasan inadvertidos, como mero ruido de fondo: cajas registradoras abriéndose y cerrándose en los delis de las esquinas, un guion ensayado en un teatro vacío, las corrientes submarinas del río Hudson, los graznidos de los gansos canadienses que cagan desde lo alto, en pleno vuelo, mientras sobrevuelan el parque Van Cortland, los columpios que se balancean en las áreas de juego de Astoria, las manos de una vieja coreana afilando uñas adineradas en el Upper West Side, las flamas de un incendio deshojando un viejo edificio del Bronx, un peatón propinándole un rosario de madafakas a otro. En el equipo había periodistas, artistas sonoros, geógrafos, urbanistas, escritores, historiadores, acustemólogos, antropólogos, músicos e incluso batimetristas, con sus ecosondas multihaces, que sumergían en los cuerpos de agua que rodean la ciudad para medir la profundidad y los contornos de los lechos fluviales. Todos, en parejas o en pequeños grupos, medíamos y registrábamos longitudes de onda por toda la ciudad, como si buscáramos documentar los jadeos de una bestia gigante.

A él y a mí nos pusieron a trabajar en pareja y nos asignaron la tarea de grabar, durante un periodo de cuatro años, todos los idiomas hablados en la ciudad. La descripción de nuestras responsabilidades especificaba: «realizar un muestreo de la metrópolis con la mayor diversidad lingüística del mundo, y mapear la totalidad de los idiomas hablados por sus adultos e infantes». Resultó que hacíamos bien nuestra tarea. Y que hacíamos un buen equipo, incluso demasiado bueno. Trabajábamos más horas y con más entrega de la que se requería, quizá para tener una excusa para vernos más seguido. Entonces, tal vez de manera un poco predecible, después de sólo unos meses trabajando juntos nos enamoramos -de cabeza, como una piedra que se enamora de un pájaro y ya no sabe dónde empieza la piedra y dónde termina el pájaro-. Cuando llegó el verano decidimos mudarnos a vivir juntos, cada uno aportando un hijo a la ecuación. Nos volvimos una tribu.

Sobre la comprensión del sentido del texto

  • ¿Cuál era el objetivo del proyecto en el que trabajaba la pareja?
  • Menciona algunos de los sonidos distintivos de la ciudad de Nueva York que el equipo estaba encargado de registrar.
  • ¿Cómo influyó el proyecto en la relación personal entre la narradora y su colega?

Sobre el concepto de paisaje sonoro

  • ¿A qué suena tu ciudad o tu pueblo? ¿Cuáles dirías que son los sonidos más distintivos?
  • Según tú, ¿es importante documentar los sonidos de un lugar? ¿Por qué sí o por qué no?
  • ¿Cómo influyen los sonidos de un lugar en la vida de sus habitantes?

Debate

A continuación, lee este texto. Después, vamos a establecer un debate sobre las cuestiones que en él se tratan.

Charlar con desconocidos, ese placer casi viejuno que estamos aparcando

Ponemos barreras tecnológicas para no interactuar con extraños en el mundo físico. Pero cuando se levantan vuelve la capacidad de disfrutar del azar que traen los territorios inexplorados

Estamos viviendo muy por debajo de nuestras posibilidades. Nos pasarían más cosas y tendríamos una vida más interesante si volviéramos a charlar con extraños. El diagnóstico es de Nicholas Epley, científico del comportamiento y profesor de la Universidad de Chicago. Epley llegó a esa conclusión tras realizar múltiples experimentos buscando una explicación a nuestra conducta antisocial de la última década.

En su trayecto diario al trabajo, el profesor observó lo que sucede en el metro de cualquier ciudad del mundo: las personas no se miran, no se sonríen y nunca hablan entre sí salvo emergencia extrema. Preferimos sumergirnos en las profundidades del teléfono, parapetados por los auriculares, ese gran escudo que nos exime del contacto social: un rápido movimiento señalando a uno de nuestros oídos es suficiente para disuadir a cualquier temerario de intentar la más mínima interacción. Un gesto que hace una década hubiera sido considerado una grosería es hoy ampliamente aceptado: ¡para lo que hay que oír!

En sus investigaciones, el profesor había constatado que el contacto social con propios y extraños genera bienestar y muchos beneficios tangibles. ¿Por qué entonces los sofisticados seres humanos del siglo XXI se autosegregan? ¿Por qué les parece intrusivo, extravagante y sospechoso que un extraño les hable? ¿Por qué abrazan una tecnología que los aísla y, a largo plazo, los hace infelices? Epley lleva varios años buscando respuestas a estas preguntas para elaborar una teoría del declive de las relaciones interpersonales en las sociedades modernas. En sus experimentos ha descubierto que preferimos no hablar con extraños porque tememos que sea incómodo, aburrido y agotador. Se exagera, por un lado, el esfuerzo que nos costará iniciar el contacto y, por otro, el riesgo de ser rechazado.

Durante varios años ha llevado sus experimentos a autobuses, trenes y taxis, y sus mediciones le muestran que, a pesar de las reticencias, la gente disfruta más sus trayectos cuando charla con el de al lado que cuando se ensimisma en el teléfono. Sin embargo, cuando se les pregunta, solo un 7% de los participantes en las encuestas estarían dispuestos a hablar con un desconocido en una sala de espera y solo un 24% considerarían hablar con un extraño en un tren. “Estamos radicalmente equivocados. Las personas subestiman sistemáticamente el beneficio de hablar con desconocidos”, escribe el profesor en uno de sus artícu­los. Otro de sus hallazgos es que no calibramos lo bien que podemos hacer sentir a otros cuando le manifestamos abiertamente nuestro apoyo o afecto. No le ha resultado fácil al profesor que las cobayas de sus ensayos consigan un interlocutor. “Recibo numerosas quejas de personas que no consiguen hablar con nadie porque todos llevan los auriculares o están absortos en sus teléfonos. Alguien me comentó: ‘Ya nadie mira por la ventana ni habla con la gente en el tren, ¡qué pena!’. Creo que la tecnología nos conecta a personas lejanas, pero nos desconecta de los que tenemos más cerca”, explicó el profesor en el podcast de su universidad.

Se ponen barreras y filtros tecnológicos para no interactuar con extraños. Sin embargo, una vez que se levantan se recupera la capacidad de disfrutar del azar y la sorpresa que traen los territorios inexplorados. Esa fue la conclusión del trabajo Talking with Strangers is Surprisingly Informative (Hablar con extraños es sorprendentemente informativo) de un equipo de investigadores de la Universidad de Virginia, que constató que no solíamos apreciar cuánto aprendíamos en las conversaciones casuales con desconocidos, unos intercambios efímeros, sin consecuencias ni carga emocional en los que, coinciden los expertos, solemos ser desinhibidos e inesperadamente francos.

En el cine abundan las historias de deslumbramiento que nacieron de una primera conversación entre extraños: Breve encuentro (1945), Antes del amanecer (1995) o Extraños en un tren (1951). Ahora, ante nuestra pereza social, también empiezan a escribirse ensayos, tres se han publicado este año —Hello, Stranger. How We Find Connection in a Divided World (Hola, desconocido. Cómo encontrar la conexión en un mundo dividido), de Will Buckingham; The Power of Strangers. The Benefits of Connecting in a Suspicious World (El poder de los desconocidos. Los beneficios de la conexión en un mundo sospechoso), de Joe Keohane, o Fractured. Why our Societies are Coming Apart and How We Put them Back Together Again (Fracturados. Cómo nuestras sociedades se deshacen y cómo unirlas de nuevo), de Jon Yates, todas sin publicar en español— sobre la conveniencia de recuperar la costumbre de tener conversaciones intrascendentes con extraños.

Los tres autores coinciden en que interactuar y prestar atención a los desconocidos tiene grandes recompensas, pero advierten de que es una habilidad que debe entrenarse casi a diario porque se pierde fácilmente. Todos apuntan que la autosegregación de las sociedades modernas nos hace sentir tan autosuficientes que a muchas personas hablar con sus conciudadanos les parece inútil. Y, claro, si se considera a los otros tan prescindibles, para qué dedicarles tiempo.

El antropólogo de la Universidad de Oxford Robin Dunbar es conocido por haber publicado en 1993 los números de la amistad en la revista Behavioural and Brain Sciences. Según sus estudios, solo podemos tener al mismo tiempo 150 relaciones “estables y significativas”, y esto incluye a la familia y a la pareja. Pero también dijo Dunbar que, si tenemos una vida muy larga, con suerte acabaremos con uno o dos amigos (1,5 es su cifra), el resto se habrá quedado en el camino. Con los años, la vida social se reduce y, si hemos sido capaces de entrenar nuestra habilidad de construir conversaciones intrascendentes, nuestros días serán más agradables. Los contactos casuales son el origen de los vínculos débiles, esos conocidos, casi extraños, que se sitúan en la periferia de nuestra vida y cuya importancia ha sido ampliamente demostrada. En 1973, el profesor de Sociología de la Universidad de Stanford Mark S. Granovetter publicó el ensayo La fuerza de los lazos débiles, donde demostraba que las conversaciones ligeras y poco exigentes nos situaban en el mundo y eran cruciales para obtener información nueva. Esos conocidos son fundamentales, por ejemplo, para encontrar un nuevo empleo. En los estudios del profesor Granovetter, el 84% de los que habían conseguido un nuevo trabajo lo habían hecho a través de un contacto. “Cuantos más conocidos tengas, mejor; las charlas superficiales son agradables, te hacen feliz y aumentan la sensación de pertenencia. A veces es muy difícil hablar de ciertas cosas con alguien que te conoce demasiado”, reflexiona en su ensayo. Los vínculos débiles son un descanso de la intensidad y la exigencia de las relaciones más profundas.

Los defensores de la charla insustancial con extraños proponen que, visto nuestro grado de undersociality —vocablo que emplea el profesor Epel para definir nuestra torpeza para establecer nuevas relaciones—, debemos hacer “ejercicios sociales”. Lo mismo opina la investigadora de la Universidad de Essex Gillian Sandstrom, que, a pesar de considerarse introvertida, se obliga a hablar a diario con extraños. Sus investigaciones le han demostrado que las relaciones pequeñas y transaccionales que se crean en esas charlas con desconocidos sustentan su bienestar emocional.

En Great Neck, una región del Estado de Nueva York de cerca de 10.000 habitantes, han empezado con los ejercicios sociales. Un vecino, Ronald Gross, ha creado “estaciones de conversación” para que la gente charle con desconocidos “sin que haya un tema de conversación definido”. La logística es sencilla: unos bancos a la sombra donde la gente se encuentra y habla. La prensa local habla maravillas: “Una vez que te acostumbras a llenar tu vida con ejercicios sociales, todo parece más fácil y mucho mucho más divertido”. Así están las cosas.

Publicado en El País, artículo escrito por Karelia Vázquez.

Para ayudarnos a establecer el debate, podemos intentar responder a alguna de las siguientes preguntas:

- ¿Qué impacto crees que tienen las barreras tecnológicas en nuestras interacciones sociales cotidianas? ¿Crees que la tecnología nos desconecta de las personas que están físicamente cerca de nosotros?

- ¿Estás de acuerdo con la afirmación de que charlar con desconocidos puede enriquecer nuestras vidas? ¿Por qué sí o por qué no?

- ¿Cres que evitar hablar con desconocidos es una pérdida de oportunidades de aprendizaje y conexión?

- ¿Crees que las personas son naturalmente antisociales o que la sociedad y la tecnología han fomentado este comportamiento?

Actividad

Teniendo en cuenta  este leitmotiv de paisajes sonoros y hablar con desconocidos, vamos a llevar a cabo una actividad dividida en dos partes:

Parte 1: Grabación de un paisaje sonoro.

Cada uno de vosotros deberá á elegir un lugar representativo de vuestra ciudad, barrio, villa, aldea... Una vez escogido, utiliza un teléfono móvil o una grabadora para capturar sus sonidos naturales y artificiales, las conversaciones que allí tengan lugar (¡recuerda ser respetuoso con la privacidad!) durante 10-15 minutos.

Después, escribe un texto describiendo tu experiencia: a dónde has ido, qué te has encontrado, qué sonidos esperabas encontrar y cuáles te han sorprendido... Una reflexión personal que cuente tu experiencia de grabación.

Parte 2: Conexión con desconocidos

Para esta actividad: ¿te atreves a hablar con alguien desconocido?

Lo primero es recordar la importancia de respetar la privacidad y los límites personales, por lo que estableceremos una serie de estrategias para iniciar conversaciones de manera respetuosa y amigable.

Una vez que tengamos esto claro, os proponemos acercaros a algún desconocido y entabléis una conversación breve. Puedes preparar temas generales o preguntas para romper el hielo. Pide permiso para grabar esa conversación y transcríbela después.

De regreso al aula, discutiremos las experiencias, reflexionando sobre cómo las interacciones con desconocidos pueden ampliar nuestra comprensión del mundo y enriquecer nuestras experiencias sociales.

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