Saltar la navegación

Las ciudades invisibles de Italo Calvino

Las ciudades invisibles, de Italo Calvino

Italo Calvino montando en bicicleta
Italo Calvino. (Dominio público)

El escritor italiano Italo Calvino escribió en 1972 un libro bastante particular: Las ciudades invisibles. En él, Calvino presenta la descripción de 55 ciudades imaginarias llenas de maravillas y significados profundos. Ciudades que no existen en la realidad, pero que se vuelven verdad en su imaginación y en la del lector.

Cada una de ellas es única y tiene su propia historia, cultura y atmósfera. Calvino utiliza un lenguaje evocador y poético para describir estos lugares, despertando los sentidos del lector y transportándolo a mundos inexplorados.

En él, aparecen ciudades como Zaira, suspendida entre el cielo y la tierra; Eufemia, con sus calles estrechas y tortuosas; y Zenobia, con su laberinto interminable. Cada ciudad representa algo más que un simple lugar físico: es una metáfora, una reflexión sobre la vida, el amor, la memoria y la identidad. A medida que se lee, el lector se verá inmerso en un viaje literario que despertará su creatividad y le hará cuestionar las realidades convencionales.

A continuación, a modo de ejemplo, te presentamos dos textos sobre dos ciudades de ese libro. La primera es Cloe, la urbe en la que nadie conoce a nadie; y la segunda, Sofronia, es una ciudad compuesta por dos medias ciudades.

Lee

Cloe
Fotografía de Mike Chai.

La ciudad de Cloe

En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrán ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen.

Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, y también un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer vestida de negro que representa todos los años que tiene, los ojos inquietos bajo el velo y los labios trémulos. Pasa un gigante tatuado; un hombre joven con el pelo blanco; una enana; dos mellizas vestidas de coral. Algo corre entre ellos, un intercambio de miradas como líneas que unen una figura con otra y dibujan flechas, estrellas, triángulos, hasta que en un instante todas las combinaciones se agotan y otros personajes entran en escena: un ciego con un guepardo sujeto por una cadena, una cortesana con abanico de plumas de avestruz, un efebo, una jamona.

Así entre quienes por casualidad se juntan bajo un soportal para guarecerse de la lluvia, o se apiñan debajo del toldo del bazar, o se detienen a escuchar la banda en la plaza, se consuman encuentros, seducciones, copulaciones, orgías, sin cambiar una palabra, sin rozarse con un dedo, casi sin alzar los ojos. Una vibración lujuriosa mueve continuamente a Cloe, la más casta de las ciudades. Si hombres y mujeres empezaran a vivir sus efímeros sueños, cada fantasma se convertiría en una persona con quien comenzar una historia de persecuciones, simulaciones, malentendidos, choques, opresiones, y el carrusel de las fantasías se detendría.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles

Lee

Ilustración de Sofronia
Sofronia, generada por IA.

La ciudad de Sofronia

La ciudad de Sofronia se compone de dos medias ciudades. En una está la gran montaña rusa de ríspidas gibas, el carrusel con el haz estrellado de sus cadenas, la rueda con sus jaulas giratorias, el pozo de la muerte con sus motociclistas cabeza abajo, la cúpula del circo con su racimo de trapecios colgando en el centro. La otra media ciudad es de piedra y mármol y cemento, con el banco, las fábricas, los palacios, el matadero, la escuela y todo lo demás. Una de las medias ciudades está fija, la otra es provisional y cuando ha terminado su tiempo de estadía, la desclavan, la desmontan y se la llevan para trasplantarla en los terrenos baldíos de otra media ciudad.

Así todos los años llega el día en que los peones desprenden los frontones de mármol, deshacen los muros de piedra, los pilones de cemento, desmontan el ministerio, el monumento, los muelles, la refinería de petróleo, el hospital, los cargan en remolques para seguir de plaza en plaza el itinerario de cada año.

Ahí se queda la media Sofronia de los tiros al blanco y los carruseles, con el grito suspendido de la navecilla de la montaña rusa invertida, y empieza a contar cuántos meses, cuántos días tendrá que esperar antes de que la caravana regrese y la vida completa vuelva a empezar.

Italo Calvino, Las ciudades invisibles

Creado con eXeLearning (Ventana nueva)