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![Frontera en una playa entre México y EEUU](3_-_frontera.jpg)
No hay viaje sin que se crucen fronteras.
No hay viaje sin que se crucen fronteras —políticas, lingüísticas, sociales, psicológicas, también las invisibles separaciones de un barrio de otro en la misma ciudad, las existentes entre las personas —, pues estas definen necesariamente una realidad, una individualidad. Saber que son flexibles, provisionales y perecederas como un cuerpo humano, y por ello dignas de ser amadas; mortales en el sentido de que, al igual que los viajeros, están sujetas a la muerte.
Viajar no quiere decir solamente ir al otro lado de la frontera, sino también descubrir que siempre se está “en el otro lado”.
Cuando yo era niño e iba a pasear por el Carso, en Trieste(1), la frontera que veía tan cerca era infranqueable porque esa frontera era el Telón de Acero(2), que dividía el mundo en dos. Detrás de esa frontera estaban lo desconocido y lo conocido. Lo desconocido porque allí comenzaba el inaccesible, ignoto, misterioso imperio de Stalin, el mundo del Este, tan a menudo ignorado, temido y despreciado. Lo conocido porque aquellas tierras, anexionadas por Yugoslavia al final de la guerra, habían formado parte de Italia. Antes de la guerra, yo había ido allí varias veces, formaban parte de mi existencia. Una misma realidad era a la vez misteriosa y familiar. Cuando regresé por primera vez, fue simultáneamente un viaje a lo conocido y a lo desconocido.
Cada viaje implica más o menos una experiencia similar: alguien o algo que parecía estar cerca y ser bien conocido se revela extranjero e indescifrable, o bien un individuo, un paisaje, una cultura que considerábamos diferentes y ajenos se muestran afines y emparentados con nosotros. A las gentes de una orilla las de la orilla opuesta a menudo les parecen bárbaras, peligrosas y llenas de prejuicios hacia ellas. Pero si nos ponemos a ir de acá para allá en un puente, mezclándonos con las personas que transitan por él y pasando de una orilla a otra hasta no saber bien de qué parte o en qué país estamos, reencontramos la benevolencia hacia nosotros mismos y el placer del mundo.
“¿Dónde está la frontera?”, pregunta Saramago(3) en el confín entre España y Portugal a los peces que, en el mismo río, según se deslicen por una orilla u otra nadan ora en el Duero, ora en el Douro.
Claudio Magris, El infinito viajar (adaptado)
(1). Ciudad del Norte de Italia, situada en la frontera con la antigua Yugoslavia.
(2). Expresión que hace referencia a la frontera política entre Europa Occidental (bloque capitalista) y Oriental (bloque comunista), durante el tiempo de la Guerra Fría (1945 - 1991).
(3). Escritor portugués, premio Nobel, que defendía el Iberismo, un movimiento político por el acercamiento entre España y Portugal.