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Cine > 3
El cine español > 3.5 Los
años 30 3.5 Los años 30 Una vez consolidados los primeros estudios sonoros en España, los Orphea Film de Barcelona, en Madrid también se levantaron nuevas infraestructuras (los estudios de rodaje CEA, ECESA, Ballesteros, etc., y otros de montaje, doblaje, además de diversas empresas de servicios y auxiliares) que permitieron acometer una producción constante y amplia por parte de una serie de productoras que favorecieron la carrera artística de un grupo de directores que se convirtieron en referentes de una época. La década, sin embargo, se inició también con un encuentro profesional que intentó aglutinar las inquietudes de los profesionales hispanoamericanos de cinematografía, con el deseo de ampliar un mercado común que favorezca el intercambio artístico, técnico y de producción. Con el deseo de proteger el desarrollo del cine español se creó el Consejo de la Cinematografía en 1933, al tiempo que también se dictaron unas normas que fijaron como obligatorio el doblaje al castellano de películas extranjeras, producciones que se estuvieron exhibiendo en versión original hasta 1936. El cine durante la II República estuvo sostenido, especialmente, por las productoras Cifesa, de Vicente Casanova, y Filmófono, de Ricardo Urgoiti, a las que acompañaron otras muchas de desigual continuidad. El cine español comenzó a demostrar que estaba capacitado para abordar historias costumbristas que superaban el listón del populismo más chabacano. No se entienden de otra manera los éxitos avalados por la pareja de moda de la época, Florián Rey e Imperio Argentina (La hermana San Sulpicio, 1934; Nobleza baturra, 1935 ; Morena Clara, 1936), ni las taquillas que dieron los trabajos de Benito Perojo (Es mi hombre, 1935; y sobre todo La verbena de la Paloma, 1935) y el buen hacer de Luis Marquina en Don Quintín el amargao (1935) y de José Luis Sáenz de Heredia en La hija de Juan Simón (1935). Un cine de directores pero también de actores, pues a las pantallas llegan Miguel Ligero, Manuel Luna, Antoñita Colomé, Raquel Rodrigo y, en los últimos años, Estrellita Castro. La guerra civil interrumpió estos años de gran actividad que no sólo tuvo buenas propuestas en el campo de la ficción sino, también, en el campo del cortometraje documental, sector en el que se formaron muy buenos directores como, entre otros, Carlos Velo y Fernando G. Mantilla, Antonio Román e Ignacio F. Iquino. Sobresalió por su contundente testimonio Las Hurdes/Tierra sin pan (1932), de Luis Buñuel. En cualquier caso, la tradición documental sirvió de puente para realizar todos los reportajes y noticiarios que surgieron en plena contienda, pues el realismo ocupó el espacio que la ficción no pudo cubrir. El conflicto bélico paralizó la producción de largometrajes en España y desplazó la realización de otros hacia Estudios extranjeros -Roma, Berlín, especialmente-. Así Florián Rey y Benito Perojo dirigieron en dichos centros películas como Carmen la de Triana (1936), La canción de Aixa (1938) o Los hijos de la noche (1939) . El bando franquista se quedó sin recursos, mientras que los republicanos dispusieron de la infraestructura necesaria como para poder abordar una relativa producción. No obstante, no fueron capaces de impulsar proyectos que alcanzaran resultados satisfactorios; Aurora de esperanza (1936), de Antonio Sau, y Nuestro culpable (1937), de Fernando Mignoni, fueron una muestra. Sin embargo, sí hubo una intensa actividad en el campo de los reportajes y noticiarios, con abundante información ideológica y propagandística. También hubo una notable presencia de directores extranjeros filmando activamente imágenes del conflicto y dirigiendo alguna película testimonial como Tierra de España (Spanish Earth, 1937), de Joris Ivens, y Sierra de Teruel (LEspoir, 1939), de André Malraux. |
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