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3.3 Los años 20

Desde finales de los años diez, se fue produciendo lentamente el traspaso, de Barcelona a Madrid, de la principal actividad cinematográfica española. No se ocultan los trabajos madrileños de Patria Films, Julio Roesset o Enrique Blanco en ese periodo. No obstante, cabe significar que en otros lugares geográficos también se impulsaron producciones diversas que hablaban de una intensa actividad en todo el país. No sólo se definen algunas ideas industriales, consolidando con desigual fortuna propuestas de producción, distribución y exhibición, sino que también se abunda en la calidad de las historias, tanto a nivel narrativo como visual. Se intenta, en cualquier caso, encontrar una vía profesional que permita ofrecer películas que resulten atractivas para el público de la época y puedan competir con los títulos que llegan del extranjero.

Comienzan a situarse como directores de relevancia y con una prolífica y muy variada producción José Buchs (Don Diego Corrientes, 1923; Una extraña aventura de Luis Candelas, 1926; Pepe Hillo, 1928), el galán de la época, Florián Rey, que accede a la dirección confirmando sus cualidades en La revoltosa (1925) y La hermana San Sulpicio (1927), y Benito Perojo, uno de los más inquietos directores del cine mudo, que aportó una cierta renovación narrativa al cine español de la época (Para toda la vida, 1924; Boy, 1925). El costumbrismo y los temas populares fueron una constante durante los años veinte, temática que abordaron prácticamente todos los directores, destacando al lado de Buchs otros como Manuel Noriega (Alma de Dios, 1923) y Fernando Delgado (¡Viva Madrid que es mi pueblo!, 1928). Al mismo tiempo, las zarzuelas ocupan un lugar privilegiado en la producción cinematográfica española, al igual que las adaptaciones de textos de autores de la talla de Jacinto Benavente —productor eventual-, Carlos Arniches, Armando Palacio Valdés o Benito Pérez Galdós.

Teniendo en cuenta estas líneas temáticas, el cine español de la década alcanzó notables éxitos en dos películas que sorprendieron por su eficacia temática y por su apuesta tanto en la producción como en la puesta en escena e interpretación. Cabe hablar de La verbena de la Paloma (1921), de José Buchs, con una buena interpretación de Florián Rey y Elisa Ruiz Romero, y La casa de la Troya (1924), dirigida y producida por el propio autor, Alejandro Pérez Lugín, con la ayuda de Manuel Noriega, con un reparto encabezado por Carmen Viance, Luis Peña, Juan de Orduña y Florián Rey, estos últimos, directores en ciernes.

Productoras como Atlántida y Film Española, las más estables, ven cómo otras surgidas en Valencia, el País Vasco o Galicia van ofreciendo alternativas a la producción que, en el fondo, no dejan de confirmar las constantes temáticas ya conocidas. Maximiliano Thous en Valencia dirige películas como La Dolores (1923) o Moros y Cristianos (1926); Alejandro Olavarría dirige Un drama en Bilbao (1923), mientras que Celta Films en Galicia produce Maruxa (1923), de Henry Vorins, y Carmiña, flor de Galicia (1925), de Rino Lupo.

Fueron años en los que, en el intento de cambiar los rumbos creativos, muchos productores consideraron necesario contratar a directores extranjeros que "avalaran" sus trabajos. Los resultados fueron muy desiguales y junto con Vorins y Lupo llegaron a España numerosos directores en busca de fortuna (Mario Roncoroni, Nick Winter, etc.).

También fue una época en la que relucieron notables rostros en las pantallas, consolidando un primer star-system español de cierta altura y relevancia, que supo reclamar la atención de los espectadores. Junto a los ya mencionados, también hay que destacar a Pedro Elviro "Pitouto" (La casa de la Troya,1924), José Nieto (El lazarillo de Tormes, 1925) y figuras como Raquel Meller (Los arlequines de seda y oro, 1919) y Fortunio Bonanova (Don Juan Tenorio, 1922), que probaron fortuna en Francia y Estados Unidos posteriormente.

 




La casa de la Troya.



Don Juan Tenorio.



Fuente fotografías:
© García Fernández, Emilio C. Historia ilustrada del cine español. Madrid: Planeta, 1985.
Archivo Emilio García.