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(continuación)
2.3 Expresionismo (continuación)
Sin consagrarse específicamente a esos
temas, Fritz Lang pasó a la historia del expresionismo como uno
de sus creadores mejor capacitados. Lo acreditan películas como
Las tres luces (1921) ,
El testamento del doctor Mabuse (1922), Metrópolis (1926)
y M, el vampiro de Düsseldorf (1931). En todas ellas, la fotografía
y la puesta en escena quedaron al servicio de relatos cuyo fondo común
es la ambigüedad moral.
Otro maestro de este movimiento, Friedrich Wilhelm Murnau, adaptó
la leyenda clásica del vampirismo en Nosferatu, el vampiro
(1922); y puso en imágenes el texto más conocido de Goethe
en Fausto (1926). Ambas películas despiertan la inquietud
del espectador y logran fijar una estética de lo sombrío,
imitada posteriormente por numerosos cineastas que cultivaron el género
del horror.
Dejando aparte títulos tan significativos como La venganza del
homúnculo (1916), de Otto Rippert, y El hombre de las figuras
de cera (1924), de Paul Leni, lo cierto es que el expresionismo germano
se resume en un puñado de excelentes creadores. Guionistas como
Carl Mayer y Thea von Harbou, camarógrafos como Karl Freund y Fritz
Wagner, y decoradores como Hermann Warm, Robert Herlth, Walter Rörig
y Otto Hunte fueron los encargados de afianzar sus convenciones.
Posteriormente, la gama creativa del movimiento se fue ensanchando, dejando
espacio a filmes de animación como Las aventuras del príncipe
Achmed (1926), de Lotte Reiniger. A juicio de los especialistas, los
ingredientes básicos de esta corriente se advierten luego en el
cine negro, en las películas de terror de la compañía
Universal Pictures, en las obras de Orson Welles y Carl Th. Dreyer, e
incluso en los modernos largometrajes de Tim Burton.
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