Lee el siguiente texto de El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez y realiza la actividad propuesta a continuación.
Actividad 7
Meigas
—Dicen algunos —añadió— que la vida de las brujas es tremenda. Les refieren cosas horribles y saben los secretos más espantosos, los sucedidos más estremecedores; lo que no se cuenta ni al cura en la confesión. Todo lo que los espíritus malos inventan contra la ley de Dios, las tentaciones obedecidas y las monstruosidades de la carne y del alma desfilan por allí, porque las víctimas se las dicen en voz baja para que les procure remedio. ¿Sabe lo que pasó con la meiga de Oza?
—No sé.
—Era de más allá de Oza, hacia la montaña. De todas partes iba la gente a consultarla y hasta en los días de invierno había hombres y mujeres aguardando su turno bajo el alpende. Bizmaba1 como ninguna otra y curaba el aire de muerto2 y libraba de las maldiciones que ya se habían comenzado a cumplir. Un día llegó un hombre a caballo, lo ató a la puerta y entró. Llevaba el cuello de la capa levantado, y el paño estaba tieso de agua porque llovía mucho y debía de venir de muy lejos. Aunque había más de diez personas aguardando, ninguna se atrevió a ordenarle que esperase su vez cuando le notaron tan resuelto. Alguien miró por la ventana y le vio sentarse frente a la meiga, al otro lado de la mesa, y hablar. La cara de la mujer —quien la vio, lo dijo— se iba poniendo blanca de miedo, y sólo contemplar sus ojos abiertos daba frío y horror también a quien la miraba. Dijo el que fue que, así como un espejo devuelve el sol, la cara de la meiga devolvía el espanto. Y entonces el hombre bajó el cuello de su capa y enseñó el rostro. El que espiaba no alcanzaba a ver más que la espalda. Pero la bruja se puso entonces en pie, extendió las manos como para separar aquello y dio un grito: tenía la boca torcida, a fuerza de miedo, y los ojos como si le fuesen a saltar. En seguida escapó, tirando la silla y fue a salir de la casa. Pero en la misma puerta cayó, y cuando acudieron ya no vivía.
—¿Y el hombre?
—Salió detrás y saltó por encima del cuerpo y huyó en su caballo, siempre con la cara hundida entre el sombrero y el cuello. Nadie le vio ni el brillo de los ojos, y aun ahora no se sabe quién fue, ni qué pecado era el suyo, ni qué castigo sufría, ni qué había en aquellas facciones que ocultaba; ni si era de verdad un hombre o un ánima del otro mundo.
Iban entre campos de maíz. Las hojas se extendían como gallardetes3 impulsados por un viento que a nada más que a ellas rozase. La casa de la Moucha estaba allí, más ancha que alta, con una ventana a cada lado de la puerta y un rojo tejado puntiagudo, de cuatro vertientes. No tenía nada de guarida de hechicera.
[...] En la habitación donde recibió a las visitas había una mesita y cuatro sillas, y ya no quedaba espacio para otros muebles; los tabiques, de tablas de castaño, estaban casi totalmente cubiertos de estampitas de santos, policromadas o en una sola tinta, pequeñas como sellos de Correos o como tarjetas de visita, y sólo tres eran cromos de ese tamaño que corrientemente ofrece el comercio a la devoción de los que tienen poco dinero, suponiendo razonablemente que son los que mejor idealizan por cuenta propia las imágenes. Sobre la mesa había una baraja, muy manoseada ya, y un viejo libro en cuarto menor4, de bordes roídos y hojas pajizas, que la polilla había atravesado varias veces. Todo el texto estaba en latín. Si conservase la primera página podría leerse en ella: C. Julii Ccesaris, Commentariorum de bello gallico. Mas para todo el mundo era el famoso «Libro de San Ciprián», que interviene siempre en los conjuros.
Sentóse la Moucha, entre quejidos, tan lentamente como si tuviese sus miembros de cristal, y preguntó:
—¿A qué vienes?
La forastera, un poco balbuciente al principio, fue exponiendo sus cuitas. Aquello que ocurría en su hacienda no era natural. ¿Por qué habían de morir sus bestias, bien alimentadas y bien atendidas, si en todos los alrededores no había peste ninguna, y sólo el ganado de ella, sólo el de ella…?
La Moucha escuchaba con atención. Dijo:
—Bueno.
Abrió el libro y clavó en él su mirada; después pasó dos hojas y siguió leyendo o como si leyese. La aldeana de San Tirso, frente a ella, contemplaba también las hojas con ansiedad y sus labios temblaban un poco. Al fin, la Moucha atrajo el pañuelo sobre su frente, alzó los ojos y repitió:
—Bueno.
Sostuvo con las dos manos el libro abierto, como pronta a consultarlo otra vez.
—Tu cerdo morirá. No tiene remedio. Pero si haces lo que te voy a decir, salvarás la ternera. Porque todo lo que te pasa es por una envidia.
—¡Ay —exclamó, juntando sus manos, la aldeana—, ya lo decía yo!
— Alguien hay que te quiere mal. Tienes que recorrer nueve molinos y coger nueve arenas en cada uno y echarlas en el agua del siguiente. Y no volverás de ellos por el mismo camino que fuiste, ni hablarás con nadie…
—¡Nueve molinos! —exclamó la mujer, que escuchaba atentamente—. ¿Y he de ir a todos en el mismo día?
—Sería mejor, pero puedes hacerlo aunque sea en nueve viajes. Y cuando estés en eso, te saldrá al encuentro alguien, hombre o mujer, conocido tuyo, y te preguntará a dónde vas y cuál es el motivo de tus paseos. Y tú tampoco le contestarás, porque si no todo estará perdido. Pero sabrás desde entonces que aquella persona es la que te envidia y la que hizo el aojo5. Entonces quemarás las cerdas del rabo de tu puerco y arrojarás las cenizas en la era de esa persona a las doce de la noche, cuando no haya luna.
La aldeana se hizo repetir las instrucciones.
—Acaso mi hijo —sospechó después— esté también ameigado. Ni toma el pecho ni deja de llorar…
—Yo te daré un «escrito» y se lo coses a la ropa.
Salió y volvió a entrar con una bolsita de tela apenas de media pulgada, en cuyo interior iba el arbitrario amuleto.
—Si la abres —advirtió— perderá su eficacia y acaso te traerá mal…
- bizmaba: poner un emplasto para confortar, compuesto de estopa, aguardiente, incienso, mirra y otros ingredientes.
- aire de muerto: mal o dolencia que afecta sobre todo a los menores, provocado por el alma de un difunto.
- gallardetes: banderillas de adorno que presentan forma triangular.
- de cuarto menor: Formato de libro que tiene un tamaño de 23 a 25 cm.
- aojo: mal de ojo.
Hay discusiones respecto al origen de la palabra gallega "meiga". Algunos filólogos creen que procede de la palabra latina medica y otros, la sitúan en la palabra latina magica. Se puede llegar a ser meiga de varias maneras; por ejemplo, por heredamiento. Una meiga no puede morir sin establecer a su sucesora. Por eso tiene que buscar a una mujer a qué transmitir sus conocimientos y su poder. Meigas podían, por ejemplo, curar mal de ojo y otros daños, preparar pócimas curativas o de amor o prevenir el futuro. |
Selecciona
Puede haber más de una respuesta correcta.
La respuesta correcta de la última pregunta es la contraseña para desbloquear la información de la pista 3 CE del mapa. |
Obra publicada con Licencia Creative Commons Reconocimiento Compartir igual 4.0