Durante el primer tercio del siglo XX en España, el drama decimonónico convive con los intentos renovadores de algunos autores que, influidos por escritores europeos y por el desarrollo de las vanguardias, escriben obras rupturistas. La mayoría de ellas no se estrenaron por no conectar con la sensibilidad del público.

Entre los cultivadores de este teatro destacan autores de la Generación del 98 como:

MIGUEL DE UNAMUNO

Unamuno escribió una decena de dramas en los que son bien visibles sus habituales preocupaciones: los problemas de conciencia, Dios, la vida, la muerte, la identidad personal, la religión, las reflexiones filosóficas, etc.

Es un teatro intelectual, que al igual que sucede con sus "nivolas", se apartan de las características habituales del género, y que por ello bautiza también con el nuevo nombre de "drumas".

Influido en sus primeras obras por la estética simbolista (La esfinge, La venda), su ideal dramático se aproxima progresivamente al de los trágicos griegos. Tiende, por ello, a la simplificación dramática, reduciendo al mínimo la intriga, los personajes y la ornamentación lingüística y escénica, en lo que el crítico Ruiz Ramón define como drama esquemático.

Son pues, como en las novelas, el diálogo y el monodiálogo, siempre densos, los vehículos privilegiados para llevar al espectador la vida interior de los personajes y la actividad de la conciencia, con la finalidad de hacerle pensar y participar en los problemas planteados.

Algunos de sus dramas más destacados son: Fedra, Raquel encadenada o El hermano Juan o el mundo es teatro.


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