Ahora tenemos que saltar diez u once años.
Podéis adivinar lo feliz que sería la vida de Mowgli con los lobos. No tenemos posibilidad de describirla. Ocuparía demasiados libros.
Creció junto a los lobatos, aunque ciertamente el ritmo del crecimiento fue muy distinto: los lobatos eran ya adultos cuando él todavía estaba en la primera infancia. Padre Lobo, con infinita paciencia, le enseñó el significado de todo lo que le rodeaba en la Selva: un mínimo crujido bajo la hierba, un soplo de aire en la tibieza de la noche, el ulular del búho sobre su cabeza, los distintos ruidos que hacen los murciélagos cuando se detienen en un tronco a descansar, arañando fuertemente, el menudo chapoteo de un pez cuando salta en una balsa. Todo encerraba para él un significado, como otras realidades tienen sentido para el hombre de negocios sentado en su oficina.
Si le molestaba el calor o su cuerpo le pedía limpieza, se iba a nadar en las lagunas próximas. Si le apetecía comer miel -había aprendido de Baloo que lo más exquisito del mundo, tanto como la carne cruda, son las nueces con miel-, trepaba a los árboles para buscarla.
Bagheera había sido su gran maestra en el aprendizaje de la trepa. La pantera, como jugando, se tendía sobre una rama y le llamaba:
-Ven aquí, amiguito. Mowgli se agarraba fuerte y torpemente a las ramas, como los perezosos. Pero enseguida empezó a volar de una rama a otra, como los monos grises.
También ocupó su puesto en el Consejo de la Roca. En esas reuniones se dio cuenta del extraño poder de su mirada: si miraba fijamente a un lobo, le obligaba a bajar la vista.
Al principio lo hacía a menudo porque le parecía divertido. Otras veces se entretenía arrancando de la piel de sus amigos largas espinas que les causaban un dolor terrible. Es una de las causas fundamentales del sufrimiento de los lobos.
Por la noche descendía en loca carrera por la ladera de la colina y se acercaba a los campos de cultivo. Siempre le producía enorme curiosidad ver a los campesinos descansando en sus chozas, aunque no se fiaba demasiado de ellos.
Bagheera le había enseñado una caja cuadrada con una especie de ventana que se hundía en cuanto alguien se colocaba encima. Debajo había un enorme agujero. Estaba tan bien disimulada en la maleza que estuvo a punto de caer dentro alguna vez. Le encantaba ir con la pantera al corazón del bosque.
Dormía durante todo el día. Luego, por la noche, sentía un gran placer viendo cómo cazaba la pantera. Mataba de acuerdo con su apetito. Mowgli asimiló esta enseñanza. Lo primero que le dijo Bagheera es que nunca debía matar animales mansos al servicio de los hombres. Un animal de ésos había sido su rescate. Por eso estaba obligado a respetarlos.
-Todo lo que hay en la Selva es tuyo- le dijo Bagheera-. Puedes matar todo lo que esté al alcance de tus fuerzas y necesidad. Pero jamás toques una res mansa, ni siquiera para participar en el banquete que otros se estén dando.
Eso es lo que manda la Ley de la Selva.
Mowgli aprendió rápidamente, como lo hace cualquier niño que no necesita ir a ningún aula para aprender lo más elemental, y cuya única preocupación es buscar qué comer.
Madre Loba le advirtió muy seriamente que debía tener mucho cuidado con Shere Khan.
Así lo habría hecho de haber sido realmente un lobato. Aunque él tenía conciencia de serlo. Y habría respondido afirmativamente si alguien le hubiera preguntado si era un lobo.
Con demasiada frecuencia, Shere Khan se le hacía el encontradizo. Akela envejecía, le abandonaban las fuerzas. El tigre había hecho gran amistad con los lobos más jóvenes, que le seguían esperando para recoger sus sobras, siempre excelentes. Akela nunca lo hubiera tolerado, pero no se atrevía a imponer su autoridad con la fuerza con que lo hacía antes.
Maliciosamente, Shere Khan se dedicaba a halagar a sus jóvenes amigos. Les decía que no comprendía cómo unos jóvenes fuertes como ellos se dejaban guiar mansamente
por un viejo decrépito y un cachorro humano.
-Me han asegurado- les decía taimadamente Shere Khan- que no sois capaces de aguantar su mirada cuando os reunís en los Consejos.
Los lobos se sentían humillados, molestos. Respondían gruñendo, con el pelo erizado.
Bagheera, que parecía enterarse de todo y estar en todas partes al mismo tiempo, oyó eso y le repitió a Mowgli con frecuencia que Shere Khan quería matarlo. Pero Mowgli respondía riéndose:
-Estoy seguro contigo y con la manada. Incluso Baloo despertaría de su pereza y golpearía fieramente para salir en mi defensa. No tengo motivo alguno de inquietud.
Un día de enorme calor Bagheera tuvo una idea. Tal vez se la sugirió una noticia que le dio Ikki, el puerco espín.
Le dijo a Mowgli cuando estaban en lo más intrincado de la Selva, en el momento en que el chico había tomado por almohada su piel:
-¿Cuántas veces te he dicho, hermano, que Shere Khan es tu enemigo personal?
-Yo creo que tantas como frutos cuelgan de esa palmera -Mowgli no sabía contar-. De todas formas, ¿qué pasa? Me estoy durmiendo.
A Shere Khan le sobran palabras y cola. Se parece a Mao, el pavo real.
-No busques el sueño como excusa. No es hora de dormir. En la Selva lo sabe todo el mundo: Baloo, la manada, hasta los ciervos. Y tú mismo, puesto que te lo ha dicho Tabaqui.
-¡Ah, sí!- respondió Mowgli-. El otro día me vino con que yo no era más que una desnuda cría de hombre y que no valía
ni para desenterrar raíces. Pero se llevó su merecido: lo cogí por la cola y le di un par de golpes contra una palmera. Y de paso le enseñé a ser más educado.
-Hiciste una tontería. Es cierto que Tabaqui es un chismoso, todo el mundo lo sabe. Pero conoce muchas cosas. Probablemente te hubiera dicho algo interesante. Shere Khan no se atreve a matarte en la Selva. Ves con toda claridad que Akela se está haciendo muy viejo. Pronto será incapaz de matar el solo a un gamo. En ese momento dejará de ser jefe. Los lobos que te admitieron en la manada son ya viejos. Y a los jóvenes Shere Khan les ha metido en la cabeza que no tienes derecho a pertenecer a la manada.
Enseguida te vas a hacer un hombre.
-¿Pues qué tiene de especial el hombre para que no pueda vivir con sus hermanos? -dijo Mowgli-. Nací en la Selva; he
acatado sumisamente su Ley. A todos los lobos de la manada les he arrancado alguna espina. ¿Por qué dudar de que son mis hermanos?
Bagheera se tendió completamente y le dijo: -Toca aquí, bajo mi quijada.
Mowgli acercó la mano y notó un paquete de músculos y una zona sin pelo, como si hubiera estado despellejada durante algún tiempo.
-La Selva desconoce que yo tengo esta marca.
Es la que deja el collar. Porque yo, amigo, nací entre los hombres. Y entre los hombres murió mi madre, cautiva en las jaulas del Palacio Real, en Oodeypore. Por eso pagué por ti el precio de tu rescate. ¡Te vi tan desnudo y desamparado!
Ya ves, también yo nací entre los hombres. Desconocía la Selva. Me alimentaban en grandes cuencos de hierro tras
los barrotes de una jaula.
Un día se despertó en mí la conciencia de lo que realmente era: Bagheera, la pantera. No era un juguete. Rompí de un zarpazo la cerradura y me escapé. Mi larga experiencia entre los hombres me hizo terrible en la Selva, mucho más que Shere Khan. ¿No es así?
-Sí -dijo Mowgli-. En la Selva todos te tienen miedo menos yo.
-¡Oh! Tú eres un cachorro de hombre- dijo la pantera con enorme ternura-. Yo he vuelto a mi mundo, la Selva. Y tú tienes que volver al tuyo, los hombres, tus hermanos. Y ojalá puedas realizarlo. Quizá pidan tu muerte en el Consejo.
-Pero ¿por qué? ¿Quién va a tener interés en mi muerte? -dijo Mowgli. Mírame- le contestó Bagheera. Mowgli la miró a los ojos sin pestañear.
La pantera volvió la cabeza muy pronto-. Por eso -dijo cambiando su posición y acomodándose mejor en un lecho de hojas-. Ni siquiera yo puedo mirarte a los ojos, y eso que conozco bien a los humanos. Y, además, te quiero, hermano. Los demás tienen motivos para odiarte: no pueden resistir tu mirada, eres sabio, has arrancado espinas de sus patas y, en definitiva, eres un hombre.
-Desconocía todo eso -dijo Mowgli con el ceño fruncido.
-¿Sabes una ley de la Selva? Primero se pega y luego se avisa. Tienes tal confianza en ti mismo que andas absolutamente descuidado. Una prueba más de que perteneces a la raza humana.
Tienes que ser prudente. Es seguro que en cuanto a Akela se le escape un gamo -cosa que resultará más fácil cada día- se enfrentará a él toda la manada. Y tú también caerás en desgracia.
Se convocará un Consejo de la Selva en la Roca. Y entonces... Tengo una idea -dijo Bagheera levantándose como impulsada por un resorte-. Vete a donde habitan los hombres.
Coge una parte de la Flor Roja que ellos cultivan. Será para ti un apoyo mucho más firme que el mío. O que el de Baloo o el de tus fieles de la manada. Vete a buscar enseguida la Flor Roja.
Lo que Bagheera quería decir al hablar de la Flor Roja era el fuego. En la Selva nadie lo llama por su nombre. Tanto lo temen que no se atreven ni a nombrarlo.
-¿La Flor Roja? -dijo Mowgli-. ¿La que cultivan los hombres fuera de sus chozas en el crepúsculo?
La cogeré.
-Así hablan las crías humanas -dijo Bagheera con orgullo-. La cultivan en unas macetas pequeñas.
Roba una y guardala para cuando la necesites.
-Voy a buscarla -dijo Mowgli-. Pero, una pregunta -y mientras decía esto abrazaba el cuello de la pantera mirándola con ternura a los ojos-. ¿Estás segura, querida Bagheera, de que todo esto lo ha urdido Shere Khan?
-¡Por el cerrojo que me dio la libertad! Te lo juro, hermano.
-Pues entonces, ¡por el toro que sirvió para mi rescate!, voy a saldar mis cuentas con Shere Khan. Y quizá me tenga que dar más de lo que me debe y salió disparado.
-Asi son los hombres -musitó Bagheera mientras se tendía tranquilamente-. ¡Ah! Shere Khan. Tu empeño por cazar a esta Rana desde hace diez años será funesto.
Mowgli cruzó el bosque en loca carrera. Su corazón era un infierno de ira. Llegó a la cueva cuando ascendía la bruma vespertina, recobró el aliento y contempló el valle.
Madre Loba estaba sola. Por cómo respiraba Mowgli, notó enseguida que algo le pasaba a su querida Rana.
-¿Qué ocurre, hijo?
-Ese miserable Shere Khan, que es más charlatán que un murciélago -respondió Mowgli-.
Voy a cazar en campo abierto esta noche -y se fue hacia el fondo del valle. Se detuvo. La cacería estaba en todo su apogeo y se escuchaban los alaridos de la manada.
Estaban cazando. Se oían mugidos y el resoplar de un gamo acorralado. Entonces, un coro de voces venenosas e insultantes, las de los lobos más jóvenes, empezó a gritar:
-¡Akela! ¡Akela! ¡Akela! Que el Lobo Solitario nos demuestre su fuerza -se desgañitaban-.
Todos los honores para el jefe de la manada.
¡Akela! ¡Salta y abate a la presa!
Akela debió de saltar, pero se equivocó y el gamo lo derribó.
Mowgli sabía ya todo lo que tenía que saber.
Continuó su camino y le fueron persiguiendo los gritos, cada vez más lejanos a medida que se iba acercando a las tierras de labor. Allí vivían los campesinos.
-Bagheera tenía razón -dijo, tratando de recuperar su respiración normal. Se acomodó, al mismo tiempo que se ocultaba, en la hierba que encontró junto a una choza-. Mañana va a ser un día importante para Akela y para mí.
Miró por la ventana y vio el fuego que ardía en el suelo. Durante la noche, la esposa del campesino se levantó y arrojó al fuego una especie de piedras negras. Por la mañana, cuando la neblina parecía cubrir todo con su manto lechoso, un niño de la familia asomó por la puerta con un cesto, recubierto interiormente de tierra.
Lo llenó de brasas, lo cubrió con una manta y salió a cuidar los búfalos que se impacientaban en el establo.
-¿Y es todo lo que hay que hacer? -dijo Mowgli-. Si un pequeño como ése ha sido capaz de hacerlo, no es tan peligroso -dobló la esquina de la casa, se dirigió hacia el muchacho, le arrebató la cesta y desapareció en la niebla. El muchacho se quedó alelado por la sorpresa y luego comenzó a gritar.
-Son casi iguales a mí -dijo Mowgli, soplando.
Imitaba lo que había visto que hacía la mujer.
Tengo que alimentarlo. Si no, se me va a morir -añadió. Empezó a avivar el fuego con ramas finas y cortezas de árbol. Cuando subía, en la mitad de la pendiente de la colina se topó con Bagheera. Su piel estaba cuajada de perlas de rocío.
-Akela falló el golpe -dijo la pantera-. Lo hubieran matado ayer por la noche de no haber querido mataros a los dos a la vez. Fueron en tu busca.
-Yo estaba entonces en las tierras de labor.
Estoy preparado. Aquí tienes lo que me indicaste.
Mowgli levantó la cesta llena de fuego.
-Todo lo que has hecho está bien. Pero los hombres hacían algo más. Echaban una rama seca y brotaba la Flor. ¿Tienes miedo de hacerlo?
-No. ¿Por qué iba a tener miedo? Recuerdo que antes de ser lobo me acosté junto a la Flor Roja. Era caliente y agradable.
Durante todo el día Mowgli estuvo alimentando el fuego. Echaba ramas secas y se quedaba expectante. Le interesaba ver el efecto que producían.
Por fin encontró una a su gusto.
Producía una llama viva y rápida. Fue justamente antes de recibir la visita de Tabaqui. Éste le dijo sin miramientos que lo necesitaban en el Consejo de la Roca. Mowgli se rió descaradamente del chacal y se dirigió al Consejo sin perder la sonrisa.
Akela, el Lobo Solitario, se encontraba postrado cerca del sitio que tenía siempre asignado en el Consejo. Era la señal de que había dejado de ser el jefe de la manada. Shere Khan se paseaba de un lado a otro, ante la complacencia de los lobos de su partido, lleno de orgullo. Bagheera estaba junto a Mowgli. Éste mantenía firmemente la cesta del fuego. Al completarse el número de los asistentes, Shere Khan tomó la palabra.
Jamás lo habría hecho si Akela hubiera estado en plenas facultades.
-No tiene derecho -dijo por lo bajo Bagheera-.
Mowgli se puso en pie.
-Pueblo Libre -gritó-. ¿Desde cuándo Shere Khan dirige la manada? ¿Por qué tenemos que aceptar la jefatura de un tigre?
-El puesto de jefe está vacante. Se me ha suplicado que hablara -dijo Shere Khan.
-¿Quién te lo ha pedido? ¿Nos hemos vuelto todos unos míseros chacales para tener que rendir pleitesía* a este carnicero despreciable?
La jefatura de la manada recae en sus propios miembros.
Se oyeron feroces aullidos que decían:
-Cállate, cachorro humano.
-Dejadle hablar. Lo que hace está dentro de la Ley.
Los ancianos de la manada se impusieron y dijeron a gritos:
-Que hable Lobo Muerto.
Cuando el jefe de la manada falla el golpe de prueba en la caza, recibe el nombre de Lobo Muerto. Así se le llamará hasta el final de sus días. No suelen ser demasiados.
-Pueblo Libre -dijo- y vosotros también, chacales amigos de Shere Khan. A lo largo de doce estaciones he sido vuestro jefe en la caza.
Nadie ha caído en trampa alguna o ha sido malherido. Sí, he errado el golpe. Vosotros sabéis muy bien por qué. Me habéis enfrentado a un gamo descansado. Me habéis tendido una trampa. Queríais que se viera claramente mi debilidad. Tenéis derecho a matarme ahora mismo, aquí, a la vista de todos los miembros del Consejo. Sólo os pregunto: ¿quién de vosotros ejecutará la sentencia? De acuerdo con la Ley, tengo derecho a que os acerquéis uno a uno.
Se hizo un silencio sepulcral. Todos comprendieron perfectamente que no sería agradable batirse a muerte con Akela, aunque fuera viejo.
Shere Khan dijo con un rugido:
-Dejemos a ese carcamal. Se morirá pronto. El que ha vivido demasiado es ese cachorro de hombre. ¡Pueblo Libre! Fue una presa mía desde el principio. Dádmelo. Estoy harto de veros intentar hacer de el un lobo. En diez años no ha hecho más que causar molestias a todos en la Selva. Dadme a ese chachorro de hombre. Si no, os juro que he de cazar siempre aquí y no os daré ni un mísero hueso. Ese cachorro es simplemente un hombre, un chiquillo de los que crían los hombres. Lo odio. Entonces se oyó un aullido espantoso de más de la mitad de los lobos que estaban en el Consejo: -¡Un hombre! ¡Un hombre! ¡Nada tiene que ver con nosotros hombre alguno! ¡Que se vaya con los suyos!
-Y alzará contra vosotros a la gente de las aldeas.
No. Dádmelo. Es un hombre. La prueba es que ninguno de nosotros es capaz de aguantar
su mirada.
Akela levantó la cabeza:
-Ha comido con nosotros, ha dormido con nosotros, nos ha ayudado a cazar, nada ha hecho que vaya contra la Ley de la Selva.
Acordaos de que yo pagué un toro por su rescate.
No es demasiado. Pero está mi honor por encima de esta consideración. Y por mi honor sí que estoy dispuesta a pelear -dijo Bagheera suavizando cuanto pudo el tono.
-¿Quién se acuerda de un toro de hace diez años? ¿Dónde estarán aquellos huesos? - dijeron entre dientes algunos miembros de la manada.
-Decid más bien que nada os importa una promesa -dijo Bagheera dejando ver sus blancos dientes-. Por eso se dice de vosotros que sois el Pueblo Libre.
-Un cachorro humano jamás podrá vivir con el Pueblo de la Selva. Entregádmelo.
-Es nuestro hermano en todo menos en la sangre -dijo Akela-. Y estáis decididos a matarlo.
He vivido demasiado. Algunos de vosotros tienen el deshonor de alimentarse del ganado de los campesinos. Incluso me he enterado de que hay otros que por la noche, y dirigidos por Shere Khan, se dedican a robar niños a las puertas mismas de las chozas de los aldeanos.
Los que hacen eso son unos cobardes. Por tanto, estoy hablando a unos cobardes. Se que voy a morir y que mi vida no tiene valor alguno.
Si lo tuviera, la ofrecería gustosamente por la del chachorro de hombre. Pero por el honor de la manada -si es que eso todavía os dice algo, pues os habéis relajado totalmente desde que estáis sin jefe- os aseguro que si dejáis al cachorro de hombre ir con los suyos, mis dientes callarán a la hora de morir. Moriré sin luchar.
Así se salvarán, al menos, tres vidas. Es todo lo que puedo ofreceros. Si seguís mi consejo, salvaréis una vida inocente. No recaerá sobre vosotros la vergüenza de matar a un hermano que ningún delito ha cometido. Y, además, un hermano por el que se pagó un rescate de acuerdo con la Ley de la Selva. Así es como llegó a ser uno de los nuestros.
-¡Es un hombre! ¡Un hombre! ¡Un hombre! - se oyó gruñir a los lobos. Todos se unieron a Shere Khan. Éste se azotaba furiosamente los costados con la cola.
-Lo dejo todo en tus manos, Mowgli -dijo Bagheera-.
Creo que vamos a tener que luchar.
Mowgli se levantó. Llevaba entre sus manos la cesta del fuego. Bostezó para disimular la ira que ardía en su corazón. Los lobos habían demostrado de qué raza eran. Lo habían odiado siempre y lo habían disimulado. En el fondo, sintió una enorme pena.
-¡Escuchadme todos! -gritó-. No hagáis comentarios inútiles como si fuerais perros. Me habéis gritado esta noche y repetidamente que soy un hombre. Me habéis convencido, aunque yo hubiera preferido seguir siendo un lobo toda mi vida. Para mí ya no seréis nunca más mis hermanos. Por eso os llamaré perros. Así es como os llaman los hombres. No tendreis poder de decisión de ahora en adelante. Seré yo quien os de órdenes. Y para que os enteréis perfectamente, yo, que desde ahora seré un hombre para
vosotros, os he traído una parte de la Flor Roja. Sí, esa Flor que tanto terror os causa. Al fin y al cabo sois perros.
Mowgli arrojó al suelo la cesta con las brasas.
Alguna de ellas prendió en la hierba seca. Ésta ardió inmediatamente. Todo el Consejo retrocedió asustado al ver las llamas.
Mowgli lanzó sobre el fuego la rama que tenía preparada. Cuando prendió, la cogió agitándola por encima de la aterrorizada manada.
-Te has hecho el amo -dijo Bagheera por lo bajo-. Salva la vida de Akela. Siempre ha sido un padre para ti.
Akela, aquel enorme lobo, siempre tan serio, que jamás había pedido a nadie misericordia, miró tristemente hacia donde estaba Mowgli.
Éste mostraba toda su impresionante desnudez.
La cabellera le caía hasta los hombros.
La rama que había encendido lo iluminaba y hacía extrañas figuras con las sombras.
-Bien -dijo Mowgli mirando tranquilamente a todos-. Está claro que sois unos perros. Me voy con los míos. Dejo la manada. Siento que tengo vedado hasta el último rincón de la Selva, como el último rincón de vuestro corazón. Pero creo que voy a ser mejor que vosotros. Teniendo en cuenta que, salvo de sangre, he sido un hermano para vosotros, os juro que cuando esté entre los hombres como uno más de ellos, jamás os traicionaré. Nunca haré lo que vosotros me habéis hecho a mí.
Dio un tremendo puntapié al fuego. Innumerables chispas llenaron el aire.
-Nunca habrá guerra entre nosotros - continuó-. Pero tengo que ajustar cuentas con alguien, antes de dejaros -se fue a grandes zancadas hacia donde se sentaba Shere Khan
que, atónito, contemplaba las llamas. Lo cogió por debajo de la mandíbula inferior. Bagheera estaba allí por lo que pudiera ocurrir.
-Perro, levántate -gritó Mowgli sin contemplaciones-.
Soy un hombre y debes levantarte cuando te habla uno de mi raza. Si no lo haces, aquí mismo te abraso la piel.
Shere Khan hundió las orejas entre los pliegues de la piel de su cabeza. Cerró los ojos. Vio demasiado cerca la terrible Flor Roja.
-Este cazador de animales mansos juró que me mataría, y que lo haría delante de todo el Consejo. No pudo matarme cuando yo no era más que un cachorro. Éste es el trato que damos a los perros cuando tenemos la fuerza de los hombres. Shere Khan, mueve un solo pelo de tus bigotes, Lundri maldito, y te hundiré la Flor Roja hasta el gaznate.
Blandió la rama y pegó a Shere Khan en la cabeza.
Éste, aterrorizado, lanzó un grito de dolor.
-¡Bah! ¡Marcha!, gato de la selva. Pero no olvides lo que te voy a decir: cuando vuelva al
Consejo de la Roca, y te juro por mi condición de hombre que volveré, llevaré mi cabeza cubierta con tu piel. Akela debe seguir viviendo cómo y donde le guste hacerlo. Mi voluntad es que viva y ninguno de vosotros lo matará. Estoy harto ya de veros aquí, con vuestras lenguas fuera. No sois más que unos perros a los que arrojo de este lugar. ¡Largo de aquí!
La rama ardía con toda su fuerza en esos momentos.
Mowgli empezó a vapulear con ella a los lobos que miraban atónitos desde el círculo.
Huyeron todos aterrorizados al ver que el fuego quemaba su piel.
Sólo se quedaron en el mismo sitio Akela, Bagheera y unos diez lobos, que siempre habían estado del lado de Mowgli. Sintió un terrible aguijón de pena en el alma. Lloró de forma desconsolada y las lágrimas corrieron por sus mejillas.
-¿Qué me pasa...? ¿Qué me pasa?... -dijo-.
No quiero abandonar la Selva. No sé qué me pasa. Bagheera, parece que me estoy muriendo.
-No, hermano. Se trata sólo de lágrimas, como las que derraman los hombres -dijo Bagheera
. Ahora eres realmente un hombre. Ya has dejado de ser un cachorro humano. Ya no hay
sitio para ti en la Selva. Deja que corran las lágrimas, Mowgli.
Mowgli, sentado, empezó a llorar. Parecía que su corazón iba a saltar en pedazos. Era la primera vez que lloraba.
-Me voy con los hombres -dijo-. Pero antes tengo que despedirme de mi Madre.
Se fue a la cueva donde estaba Madre Loba.
Siguió llorando sobre su piel. Mientras tanto, los cachorros aullaban lastimeramente.
-¿Me olvidaréis? -preguntó Mowgli.
-Nunca, mientras seamos capaces de seguir una pista -respondieron los cachorros-.
Cuando seas un hombre, no te olvides de venir al pie de la colina a hablar con nosotros. Cuando caiga el sol y venga la noche, iremos hasta las tierras de cultivo. Allí jugaremos como lo hemos hecho siempre.
-Vuelve pronto -dijo Padre Lobo-. Rana sabia, esperamos que vuelvas pronto. Ten en cuenta que Madre Loba y yo nos estamos haciendo viejos.
-Vuelve pronto -dijo Madre Loba-, desnudo hijo mío.
Y escucha algo que he querido decirte más de una vez: aunque eres una cría de hombre, siempre te he querido más que a mis propios hijos.
-Claro que lo haré -dijo Mowgli-. Pero cuando vuelva, será para tender en la Roca del Consejo la piel de Shere Khan. Acordaos de mí.
Y decid a todos mis hermanos de la Selva que no me olviden.
Era ya casi el alba cuando Mowgli dejaba la colina, solo y en busca de unos seres misteriosos: los hombres.