Tres domingos en una semana

—Querido tío —dije, cerrando suavemente la puerta y aproximándome con la más blanda de mis sonrisas—, ha sido usted siempre tan amable y considerado manifestándome su benevolencia de tantas… de tantísimas maneras, que… que siento como si sólo fuera necesario sugerirle una vez más cierta insignificante cosilla, para tener la seguridad de su plena aprobación.
—¡Ejem! —dijo él—. ¡Veamos, muchacho… sigue!
—Estoy seguro, querido tío, de que usted no tiene intención de oponerse a mi casamiento con Kate. Ya sé que se trata de una broma… ¡Ja, ja! ¡Qué gracioso es usted a veces!
—¡Ja, ja, ja! —repitió él—. ¡Que te cuelguen… vaya si lo soy!

Allan Poe

—¿No es cierto? ¡Bien sabía yo que bromeaba! Pues bien, tío, todo lo que Kate y yo deseamos ahora es que tenga usted la gentileza de aconsejarnos sobre… sobre la fecha… ya sabe usted, tío… En fin, ¿cuándo sería más conveniente para usted que se realice la… la boda?
—¿Y no sería lo mismo, Bobby, si lo dejáramos al azar… digamos, alguna fecha dentro de un año o cosa así, eh? ¿O tengo que fijarla exactamente?
—Por favor, tío… exactamente.
—Pues bien, Bobby, puesto que eres un excelente muchacho… y puesto que quieres una fecha exacta… te la diré.
—¡Mi querido tío!

Tres domingos en una semana

—¡Silencio, caballerito! —exclamó, ahogando mi voz—. Sí, te la diré. Tendrás mi consentimiento… y la pecunia, no debemos olvidarnos de la pecunia… ¡Veamos! ¿Qué día fijaremos? ¿Hoy es domingo, verdad? Pues bien, te casarás exactamente… ¿me has oído?, exactamente cuando haya tres domingos en una semana. ¿Has entendido, caballerito? ¿Por qué te quedas boquiabierto? Te lo repito: tendrás a Kate y tendrás la pecunia cuando haya tres domingos en una semana, pero no hasta entonces, gran bribón… ¡no hasta entonces, aunque me maten! Ya me conoces, y sabes que soy hombre de palabra. ¡Y ahora vete!

Allan Poe

Un buen día ocurrió que entre los conocidos de mi prometida se contaban dos oficiales de la marina que acababan de volver a Inglaterra después de un año de ausencia. Concertado nuestro plan, mi prometida, ambos caballeros y yo acudimos a visitar a mi tío en la tarde del domingo 10 de octubre, exactamente tres semanas después de la memorable decisión que tan cruelmente había desbaratado nuestras esperanzas. Durante la primera media hora la conversación tocó los temas ordinarios, pero luego logramos, de manera muy natural, darle el siguiente giro:

Tres domingos en una semana

Capitán Pratt.—Pues bien, he estado un año ausente. Exactamente un año… ¡Veamos! ¡Pues, sí, hoy es diez de octubre! ¿Recuerda, Mr. Rumgudgeon, que vine a despedirme de usted hace exactamente un año? Dicho sea de paso, me parece una coincidencia bastante curiosa que nuestro amigo aquí presente, el capitán Smitherton, haya estado también ausente un año… Exactamente un año, ¿no es así?
Smitherton.—En efecto, hoy hace un año justo. Recordará usted, Mr. Rumgudgeon, que vine aquel día en compañía del capitán Pratt, a fin de despedirme de usted.
Tío - ¡Ciertamente es muy raro! Ambos ausentes durante un año…

Allan Poe

Kate.—(Interrumpiéndolo.) ¡Sí, es muy extraño! Pero el capitán Pratt y el capitán Smitherton no siguieron la misma ruta, y eso significa una diferencia.
Tío.—¿Una diferencia, muchacha? ¡Al contrario! ¡La cosa es así muchísimo más notable!
Kate.—¿Sabes? El capitán Pratt dio la vuelta al cabo de Hornos, y el capitán Smitherton al de Buena Esperanza.
Tío.—¡Pues bien! El uno fue hacia el este y el otro hacia el oeste, y los dos dieron la vuelta completa a la tierra.
Yo.—Capitán Pratt, ¿por qué no viene a pasar la velada de mañana con nosotros…? También usted, capitán Smitherton. Nos contarán los detalles de sus viajes, haremos una partida de whist, y…

Tres domingos en una semana

Pratt.—¡Vamos, querido muchacho! ¿Jugar al whist en domingo? Alguna otra noche, si quiere, pero…
Kate.—¡Oh, no, Robert no es tan impío como para proponer eso! Pero hoy es domingo, capitán.
Tío.—¡Naturalmente!
Pratt.—Les pido disculpas a ambos, pero no puedo engañarme hasta ese punto. Sé que mañana es domingo porque…
Smitherton.—(Muy sorprendido.) ¿Qué están diciendo ustedes? ¿No fue ayer domingo?
Todos.—¡Ayer! ¡Vamos, usted bromea!
Tío.—¡Hoy es domingo! ¡Como si no lo supiera!
Pratt.—¡Oh, no! ¡Mañana es domingo!

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Smitherton.—¡Se han vuelto ustedes locos! ¡Tan seguro estoy de que ayer era domingo, como de que estoy sentado en esta silla!
Kate.—(Dando un brinco.) Ya veo lo que ocurre, y puedo explicarlo fácilmente. Es muy sencillo. El capitán Smitherton dice que ayer era domingo, y tiene razón. Nosotros decimos que hoy es domingo, y tenemos razón. El capitán Pratt sostiene que mañana será domingo, y tiene razón. El hecho es que todos estamos en lo cierto, y que hay tres domingos en una semana.
Smitherton.—(Tras una pausa.) Dicho sea entre nosotros, Pratt, Kate nos ha aventajado en astucia.

Tres domingos en una semana

¡Qué tontos hemos sido! Mr. Rumgudgeon, la cuestión es la siguiente: como usted sabe, la tierra tiene una circunferencia de veinticuatro mil millas. El globo gira sobre su eje… da vueltas sobre el mismo… hace pasar esas veinticuatro mil millas de su circunferencia, yendo de oeste a este, exactamente en veinticuatro horas. ¿Me sigue usted, Mr. Rumgudgeon?
Tío.—Por supuesto… por supuesto.
Smitherton.—(Tapando su voz.) Pues bien, señor: la velocidad de esta revolución es de mil millas por hora. Supongamos ahora que yo me traslado a mil millas al este de donde estamos. Como es natural, me anticipo a la salida del sol en una hora exacta con respecto a Londres. Veo salir el sol una hora antes que usted.

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Si avanzo otras mil millas en la misma dirección, me anticipo en dos horas, otras mil millas, y tendré tres horas de adelanto, y así sucesivamente hasta que, terminada la vuelta al globo, y otra vez en este mismo sitio después de viajar veinticuatro mil millas al este, me habré anticipado en veinticuatro horas a la salida del sol en Londres; vale decir que estaré adelantado en un día con respecto al tiempo de usted. ¿Claro, no es cierto?
Tío.—Pero …

Tres domingos en una semana

Smitherton.—(A gritos.) El capitán Pratt, en cambio, una vez que hubo viajado mil millas al oeste de este punto, se encontró atrasado en una hora, y cuando terminó su recorrido de veinticuatro mil millas al oeste quedó atrasado en un día con respecto al tiempo de Londres. Vale decir que, para mí, ayer era domingo, como lo es hoy para usted y lo será mañana para Pratt. Y, lo que es más, Mr. Rumgudgeon, los tres tenemos razón, pues ningún principio científico puede darnos ventaja al uno sobre los otros.
Tío.—¡Santo cielo! ¡Pues bien, Kate… pues bien, Bobby… ésta es una sentencia contra mí! Pero soy hombre de palabra… ¡no lo olvidéis! ¡Kate será tuya, muchacho, cuando te parezca bien! ¡Atrapado, por Júpiter! ¡Tres domingos juntos!